Gunter empezó como guerrero. En los duros caminos de Cygnar, manejar un hacha era un talento tan válido como cualquier otro, y a menudo más provechoso que muchos. Y aunque la espada (o el hacha) fueron sin duda sus herramientas más habituales, no faltaron tampoco el pico en las minas o incluso la pala junto a una caldera.
Dhunia había bendecido a este particular huérfano criado por un herrero con brazos tan fuertes como vigas y la resistencia de un gigante, por lo que nunca le faltó trabajo ni dinero con el que comprarse su yantar, y el oficio aprendido con aquel que lo había acogido mantenía sus herramientas siempre a punto.
Ganarse el jornal con sudor y sangre, gastárselo en la taberna más cercana y acudir a la villa siguiente a por más.
Mas hubo de toparse con un hombre singular, del que se decía en todo Cygnar que era un genio, artífice de todo tipo de prodigios: Jules Stedgher. Su encargo no fue sencillo, pero la recompensa bien lo valía. Así llegó a sus manos la exótica hacha de guerra umbreana hendida, un arma terriblemente letal que le costó un poco aprender a manejar, pero que bien valió el esfuerzo.
Este mismo hombre le mostró por primera vez las bondades de la fe de Morrow, y Gunter, que había pasado su vida rigiéndose por un estricto código moral, vio en esta una fe, un ideal, una religión por la que su alma se encendía. No dudó en iniciarse en la noble senda del paladín.
Tras la muerte de Jules, el gran hombre, Gunter no tardó en juntarse con un grupo de viejos conocidos e iniciar una investigación en la que descubrieron que había mucho más en juego de lo que nadie hubiese podido imaginar.