De la generosa recompensa que por sus hazañas en Villanías
recibieron las Espadas de Robleda emplearon buena parte en rentar un lugar que
les sirviera de guarida y donde pudieran almacenar sus trofeos y descansar
entre una aventura y otra. Escogieron para tal fin una casa de dos pisos
situada no muy lejos del centro de Robleda, con patio trasero incluido, cinco
dormitorios (dos abajo y dos arriba), cocina y bodega, además de una sala en el
piso superior que el mago Ozymandias no tardó en reclamar como suya,
convirtiéndola en los días que siguieron en biblioteca y laboratorio,
incluyendo en su puerta cerrojos de toda clase para evitar ser interrumpido
durante sus investigaciones. Al-Tazad exigió también que una de las
habitaciones fuese convertida en un lugar de adoración a Valion, pero dado que
andaban ya faltos de espacio, fue su propia habitación la que hubo de bastar.
Lethalon y Grom decidieron también hacerse con un perro
guardián, eligiendo para la tarea a un perro labrador de buen tamaño y ánimo
alegre al que Ozymandias no dudó en bautizar como Malqior, en recuerdo de su
viejo maestro, Malqior el Rojo, mago aún residente y en activo en la ciudad...
De todas formas, durante poco tiempo pudieron los aventureros
disfrutar de su recién adquirida guarida, pues pensaban ya en la necesidad de
un criado o una buena ama de llaves, cuando su puerta resonó. Cuál fue su
sorpresa cuando, al abrir la puerta, vieron ante ellos al humilde clérigo de
Villanías, con las ropas rasgadas, y los ojos abiertos con terror.
- ¡Buen
Valion, qué os ha ocurrido! - Al-Tazad acudió rápido a socorrer a su compañero
de fe, invitándolo a entrar - ¡Rápido, Ozymandias, traedle algo que lo temple!
Ozymandias, aunque gravemente ofendido por semejante petición
(¿acaso era él un sirviente que debía servir bebidas a los invitados?), marchó
sin embargo a la cocina en busca de algo de beber. Regresó poco después con una
jarra llena, que el distraído clérigo vació al momento... deshaciéndose después
en toses mientras los ojos le lagrimeaban.
- ¡Por los
dioses qué le habéis dado!
El enano se acercó a olisquear la jarra caída y la barba se
le erizó al momento.
- ¡Maldito,
le has servido una jarra de mi licor de importación ungolita! ¿Sabes acaso
cuánto cuesta cada una? ¡Esto se descontará de tu parte la próxima vez!
- ¡Por
favor, por favor!
El clérigo parecía efectivamente más tranquilo, y alzaba la
mano solicitando la palabra.
- Por
favor... Villanías se encuentra atacada por un gran mal, solo yo he podido huir
para acudir en busca de ayuda, y sois los primeros en los que he pensado.
Ayudadnos, Espadas de Robleda, sois nuestra única esperanza. Hace ya cuatro
días, casi dos semanas después de que terminaseis con los trols que nos
asolaban, la gente comenzó a desaparecer. El viejo cementerio resultó también
profanado, según nos indicó Igorias, el enterrador, y todo esto era ya
indicativo de que algún poder nigromántico nos acechaba... así se lo hice saber
a Isidro, y ya hablábamos de venir en vuestra busca para pediros auxilio
cuando... - el clérigo hubo de hacer una pausa para tomar aliento. - ... cuando
esa misma noche fuimos atacados por una horda de muertos vivientes. Criaturas
de carne putrefacta, huesos animados, extraños moradores de las criptas...
Intentamos organizarnos, pero era ya tarde. Los muertos estaban por todas
partes, y los que pudieron corrieron a mi encuentro en el templo. Allí les
hicimos frente, protegidos por el favor de Valion, y muchos cayeron... pero
también de los nuestros, y cada uno que era muerto por las impías criaturas se
alzaba como un enemigo más. Y juro que resulta en verdad horrible y espantoso
tener que dar muerte por segunda vez a camaradas con los que uno ha compartido
toda una vida... - Lethalon apareció sirviendo al clérigo una infusión, que el
clérigo agradeció con un leve gesto, perdido en sus pensamientos. - ...
conseguí escapar por una salida oculta del templo, jamás creí que le daría
utilidad, y he acudido a vosotros pues temo que no quede tiempo para pedir
auxilio a la Iglesia de Valion o al Duque. ¡Marchad ahora, salvad a mi gente!
- ¿Y qué
sacamos de esto? - la mirada que el paladín depositó en Lethalon debería haber
bastado para fulminarlo en el sitio. - Quiero decir, una horda de muertos
vivientes parece un asunto serio, está claro que arriesgamos mucho, y que yo
sepa a los campesinos no se les entierra con grandes ajuares. Esos cadáveres
tendrán menos oro encima que piel sobre los huesos.
- Es cierto.
- lo apoyó Ozymandias. - Al fin y al cabo lo nuestro es una profesión,
esperamos cierta remuneración por nuestros servicios... - Al-Tazad no sabía dónde
meterse.
- ¡Ya
hablaremos del oro más adelante (tenedlo por seguro)! - vociferó Grom - ¡Ahora
hay un puñado de muertos que necesitan que les recuerden cuál es su sitio!
Quedando en que la recompensa sería decidida más tarde, las
Espadas de Robleda acudieron de nuevo al galope en auxilio de Villanías,
mientras el clérigo, que respondía al nombre de Sexto, se quedaba en Robleda
para intentar obtener más ayuda.
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