Las cosas fueron bastante tranquilas durante un tiempo. Entre
las ropas del nigromante no encontraron más que un símbolo sagrado de Orcus, el
dios demonio de la no-muerte y la putrefacción. Nada extraño de encontrar,
dadas las circunstancias. Sin embargo, era evidente que un mago de semejante
poder no había salido de ninguna parte. Muchos eran los malvados que buscaban
causar el caos por simple placer, pero por norma general los magos solían ser
algo más cuidadosos. ¿Sería entonces tan solo un loco poniendo a prueba su
poder, realizando proezas en nombre de su dios? ¿O habría más detrás de ello?
Las Espadas de Robleda no se preocuparon mucho por ello. Los aldeanos de Villanías
fueron generosos en sus recompensas, y la aventura no fue en balde. Sin
embargo, Villanías había acabado devastada, su población reducida a menos de la
mitad. Muchos se marcharon, no había más que recuerdos amargos en el lugar,
mientras que otros decidieron quedarse e intentar luchar por volver a levantar
la aldea, entre ellos Isidro. Su valor y ánimo eran encomiables, pero el éxito
de su empresa dudoso.
En el tiempo que siguió a esta aventura, invirtieron las
monedas ganadas lo mejor posible (equipo nuevo, bebida y fanfarria), y por
supuesto en pagar el alquiler de su local. Ozymandias fue a aprender nuevas
artes con su viejo maestro, Dumar el Rojo, hacendado en Robleda. Tal y como lo
definía el propio Ozymandias, un perro viejo y bastardo que valía más como
abono para gusanos que como maestro de la magia. Y cierto era que su fama no
era la mejor en Robleda, pues muchos lo tenían por misántropo y avaricioso, y cubría su casa
con encantamientos para que lo dejaran tranquilo, además de cobrar altos precios por sus servicios. Al-Tazad tenía algunos
asuntos que atender con su orden, le preocupaba el asunto del nigromante y
quizá en el Templo supiesen más. Así que durante un par de semanas, fueron solo
Lethalon y Grom los que se quedaron en activo, a la espera de algún encargo o
noticia de un tesoro valioso. Estas noticias no tardaron en llegar, en forma de
citación en la taberna del Goblin Sonriente.
Cuando llegaron no les fue difícil encontrar a su citador. Tal
y como se indicaba en la misiva, se trataba de un visirtaní vestido con ropas
negras marqueñas y un llamativo alfanje en su cinto. Bebía té en la oscuridad
de la pequeña taberna, y distinguió a los dos aventureros al momento. No es
habitual ver a un elfo y un enano juntos.
-
La Paz de Valion sea con vosotros. – dijo con un
muy aceptable acento marqueño mientras realizaba el saludo universal del orden,
tres dedos sobre el corazón. – Sentaos, por favor.
-
Sí, sí, bienhallado y todo eso. Al grano. ¿Cuál
es el trabajo?
La brusquedad del enano no pareció importunar al visirtaní,
que sacó de su zurrón un pergamino y se lo tendió a los aventureros, sin
abrirlo, y evitando que lo tomasen.
-
Hace tiempo el imperio de Visirtán se extendía
hasta el mismo Pasoraudo. Nuestras fronteras chocaban con las vuestras y con
las del Gran Pantano, así que se levantaron numerosas torres de vigilancia.
Fuertes y pequeñas fortalezas. En este mapa hay señalada una de ellas.
-
Los asentamientos militares rara vez guardan
tesoros de valor – gruñó el enano.
-
Oh, pero este sí. Veréis, muchas de estas
pequeñas fortalezas eran a su vez hogar de pequeños señores, y otras bases de
adoración o enterramiento de antiguos héroes cuyo nombre ha sido ya olvidado.
Aquí se encuentra la tumba de uno de dichos héroes, si es que mereció alguna
vez ese apelativo. Fue enterrado con honores y riquezas, aquellas que obtuvo en
vida. Entre sus pertenencias había una espada, de gran tamaño y maravillosa
factura. Necesito que me traigáis la espada, pero podéis quedaros con todo lo
demás que encontréis.
-
Parece que la espada es de verdad valiosa… ¿Por
qué deberíamos tráertela? No parece justo para nosotros, ni siquiera sabemos si
lo que encontremos en el lugar tendrá algún valor de verdad… Es decir, es un
lugar abandonado al borde del Gran Pantano, si no hay un par de tribus de
hombres lagarto por lo menos me sorprendería. ¿De verdad nos merece la pena?
Con un suspiro, el visirtaní sacó de su zurrón una bolsa que
tintinéo al golpear la mesa. Aquí los ojos del enano y el elfo se abrieron
mostrando genuino interés.
-
En esta bolsa hay cien monedas de oro visirtanís,
y hay otra en mi zurrón esperando vuestro regreso. Os aseguro que en su
interior encontraréis grandes tesoros, mucho mayores que esta bolsa que aquí
veis. Es verdad que la espada es valiosa… como también es peligrosa, e inútil
en manos de quien no conozca sus secretos. No quiero mentiros. Ni siquiera sé
si habrá peligros en el lugar, pero lo encuentro probable. Como decís, no está
lejos del Gran Pantano. Pero acudí a vosotros porque oí que erais auténticos
aventureros y saqueadores. Profesionales, y de fiar. Siempre que os pagaran
bien. Yo os ofrezco la localización de un tesoro que con seguridad nadie ha
saqueado aún, incluso os pago por acudir y por la molestia de tener que traerme
una espada, ¿aceptáis o busco a gente más adecuada para la tarea?
Pocas horas más tarde los dos aventureros habían comprado una
mula con parte del pago que el visirtaní les había dado por adelantado y se
dirigían hacia el norte siguiendo el Pasoraudo. El visirtaní les había dicho
que estaría en Robleda durante un par de semanas, así que tenían tiempo. Si
para entonces no habían regresado, asumiría que habían muerto.
-
Por cierto… ¿Cómo se llamaba?
-
No sé, no se me ocurrió preguntarle.
-
¡Se supone que tú eres el avispado, elfo! ¡Esas
cosas se te tienen que ocurrir a ti!
-
Generalmente solo tengo dos preguntas para la
gente que nos contrata, ¿Dónde y Cuánto? ¿Qué más nos da cómo se llame?
Grom soltó un gruñido, pero no discutió más. Ya habían salido
de Robleda y caminaban hacia el Gran Pantano. Al principio se cruzaron con
algunos caminantes e incluso con un par de “fajines rojos”, los famosos
miembros del Concejo de Vecería, pero según se alejaban más de la ciudad los
avistamientos fueron cada vez más esporádicos, hasta que al fin parecían ser
ellos los únicos en el camino. Habían calculado que llegarían al lugar indicado
por el mapa al día siguiente, así que se detuvieron a hacer un alto en el
camino. Buscaron un lugar al refugio del viento, extendieron sus mantas y se
dispusieron a dormir. Ya fuera por olvido o por excesiva confianza, a ninguno
se le cruzó por la cabeza montar guardia.
Lethalon abrió los ojos a una noche iluminada por sus ojos de
elfo. No sabía muy bien qué lo había despertado, pero no le hacía ninguna
gracia. Se levantó, y rápidamente se encontró con el rostro asustado de un
muchacho con la mano metida en su bolsa. Ambos se miraron durante un segundo,
antes de que Lethalon gritase alarmado para despertar a su compañero. El ladrón
sacó una daga y se abalanzó sobre el elfo, que desvió el ataque lo mejor que
pudo. No pudo evitar acabar con el asaltante sobre él, la daga cerniéndose
sobre su garganta y Lethalon con el miedo dibujado en el rostro sujetándola con
ambas manos. En vano, pues el peso del asaltante, aunque joven y algo
escuálido, era demasiado para sus débiles brazos. La daga ya tocaba su piel
cuando una amenazadora sombra apareció gruñendo a la espalda del bandido. Aquel
debió ver la sonrisa y la mirada de Lethalon, porque trató de apartarse
rápidamente, pero el plano de la hoja cayó sobre su cabeza de forma
inmisericorde, dejándolo inconsciente al momento. Grom aún se frotaba las
legañas, y miraba con ojos entrecerrados al asaltante.
-
Átalo. – indicó a Lethalon.
No tardaron en tenerlo bien envuelto, y entonces lo
despertaron con unas nada cariñosas bofetadas. El muchacho parecía
verdaderamente aterrado, y su natural palidez, con un rostro cubierto de pecas,
resaltaba aún más bajo la luz lunar y el miedo.
-
¿Cómo te llamas, mequetrefe?
-
Lisdon, Lisdon Balenron, señor enano. Por favor
no me mate.
-
Jum, no parecías tener muchos reparos en matarme
a mí, sin embargo.
-
Señor elfo, por favor. No era nada personal,
entenderá usted, no soy más que un pobre bandido. No tengo nada que llevarme a
la boca ni con qué vestirme. Unos kobolds destruyeron la granja de mis padres y
tuve que echarme a los caminos con lo puesto. Ni siquiera mi pobre hermanita
pudo sobrevivir. Cuando vi sus cadáveres allí tendidos en el suelo, tratados
con tanta brutalidad por esas maliciosas criaturas… Por favor, no me maten, soy
víctima de las circunstancias.
El enano pareció ablandarse por un momento, pero Lethalon
estalló en carcajadas.
-
¡Vaya, no mientes nada mal! Por esa historia tan
divertida tan solo nos llevaremos todas tus ropas, la daga y lo que tengas en
la bolsa y te dejaremos con vida.
-
¿¡Qué!? ¡No! ¡Moriré de frío, si las bestias no
me devoran primero!
-
Bueno, te dejaremos los calzones.
De nada sirvieron ya las súplicas y ruegos del pobre Lisdon.
En su bolsa había algunas monedas (sin duda obtenidas de forma poco honrada),
algo de comida que les duraría un par de días y una piedra de afilar con la que
sin duda cuidaba su daga. Aflojaron sus ataduras y se pusieron en marcha cuando
el sol ya comenzaba a asomarse. Sin duda el muchacho se liberaría antes del
mediodía, y a partir de entonces su suerte estaría echada.
-
No sé, incluso aunque mintiera quizá nos hayamos
pasado.
-
La verdad es que no sé si mentía o no, pero el
muy bastardo ha intentado matarme. Y mira, no era tan pobre ni miserable como
pretendía hacernos creer. – dijo sonriendo el elfo ladrón, mostrando varias de
las monedas que había en la bolsa.
El enano se encogió de hombros. Al fin y al cabo tampoco era
su problema. Así quizá aprendiera la lección.
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Aquí donde lo veis este fue el comienzo de uno de mis villanos favoritos, que he reciclado en ocasiones varias en otros mundos y otras partidas. Lisdon Balenron se convertirá con el tiempo en un personaje temible y que causará graves problemas a los personajes, aunque los motivos y condiciones en los que esto ocurra no serán aún revelados...
Por supuesto, el relato que está a punto de acontecer es nada más y nada menos que la fantástica aventura presente en el manual básico de El Reino de la Sombra, La Torre en el Pantano. A pesar de que los personajes tenían a estas alturas nivel 3, podréis imaginar que el desarrollo de la misma no fue un paseo de rosas para los dos aventureros.
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