En la Oscuridad todo era Caos. Nada crece donde nada puede hacerlo. Cuerpos chocando en la penumbra, energías destruyendo lo recién creado, negrura disipando la energía. Y entonces uno dijo Basta. Creció y absorbió, y se convirtió en algo grande. Se convirtió en fuego. Una luz iluminó la negrura, y los cuerpos y las energías se detuvieron, maravillados, en hondo respeto. Y el Fuego comandó. Y se hizo el Orden.
Aquellos que no obedecieron fueron condenados al exilio, a los rincones más allá de donde la luz del Fuego alcanzaba, para que continuasen con su danza interminable. Y el Fuego acogió a los cuerpos fríos y magullados, limpió sus heridas y les buscó un sitio en el firmamento, cerca de él para que se calentasen, cerca de él para que estuvieran en orden y pudiesen bailar sin herirse. Y entonces el Fuego se partió a si mismo. En la explosión brillaron un millón de veces un millón de ascuas, que rodearon el territorio del orden y se convirtieron en sus guardianes, y se les llamó Estrellas. En la explosión el corazón del Fuego quedó expuesto, en el centro de todo, y se le llamó Sol. En la explosión una parte del espíritu del Fuego cayó sobre cada cuerpo bendecido, y cada uno recibió un nombre. Una recibió el valor, y se le llamó Igras, otra recibió su sabiduría, y se le llamó Selena. Hubo uno, bendecido sobre todos los demás, que recibió el alma del fuego, y honrado lo guardó en sus entrañas. Su nombre fue Estelaria. Igras y Selena se acercaron a él, para guiarlo con su consejo, y el Sol le sonrió más que a los otros. En la Esfera del Orden quedaron otros: Vefos el Raudo, Ektor el Grande, Binafos el Verde... Pero ninguno tan bendecido como Estelaria. Lo sabían y lo aceptaban, pues este era el Orden que el Fuego había traído. Y todos los cuerpos, que recibieron el nombre de Astros, se inclinaron ante él y le hicieron un regalo. Binafos trajo vida verde, Vefos y Ektor vida que se movía, el Sol le entregó con amor a sus hijos, los aasimar, Igras a los trolls, Selena a los tritones y las Estrellas a los elfos.
Pero uno entre ellos estaba resentido, y conspiraba en las sombras. Lo llamaron Luto el Negro, y no se dejaba ver por la Luz más que rara vez, siempre cercano al final de la Esfera, buscando la manera de traer el Caos de vuelta. Y cercano como estaba a las Estrellas, comenzó a susurrar en los oídos de las mismas, haciendo nacer la envidia en sus corazones. Pues mientras los demás Astros disfrutaban del ordenado baile que el Fuego había dispuesto para ellos, ellas permanecían inmóviles en sus puestos, en eterna guardia contra el Caos del Más Allá, ¿y no pertenecían acaso ellas al Fuego más que aquellos?
Esta historia nunca ha sido contada, y aunque muchos conocen los nombres de los astros, y los que saben de Luto tiemblan al oír su nombre, pocos conocen todo. El tiempo que vendrá es incierto ¿traicionarán las Estrellas al Fuego del que nacieron abandonando sus puestos? ¿Regresará el Caos a la Esfera del Orden? Si todos entregaron un regalo a Estelaria, ¿qué le entregó el Negro?
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