Cuando ya les quedaban escasos días de marcha para llegar a Erindes, y el Camino Viejo por fin adquiría el aspecto propio de un camino, los dos viajeros se hallaron con que les quedaban nada más que unos minutos para el anochecer y aún no habían hallado refugio.
Ya comenzaba a nevar suavemente, y hacía tanto frío que incluso Karb caminaba envuelto en su capa. Sus narices estaban rojas como cerezas, al igual que sus carrillos, y sobre sus hombros y su pelo empezaba a acumularse la escarcha.
Las árpaves desde lo alto, bien abrigadas por sus plumas, se mofaban de ellos cruelmente.
- ¡Iahahahaha! ¡Cuando el frío os tenga quietecitos y ya no seáis capaces ni de alzar la mirada, bajaremos y os abriremos como a peces para beber vuestra tibia sangre y mascar, mascar vuestra dura carne! ¡Iahahahahaha!