viernes, 30 de junio de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo I.3) - Fin del Capítulo I

El Ratito y Medio era un antro, en todo el sentido de la palabra. Un local pequeño y oscuro atestado y sin siquiera sillas o mesas en las que apoyarse. La mayor parte de la clientela prefería pedir las bebidas y tomárselas en la puerta, donde montaba guardia un portero con malas pulgas. Aquí se reunían algunas de las caras más feas de la ciudad, gente que torcía la esquina al ver aparecer a la guardia y vestía capas largas y sombreros anchos. Marineros con reputación de piratas, valentones dispuestos a desnudar acero por un puñado de monedas y contrabandistas de toda clase. Flecha lo adoraba, Ator lo disfrutaba y Berne e Ilais se habían conocido aquí. Esta vez estaban todos en la puerta bebiendo un trago de estepario, a la espera del capitán Daiyu.

Ator parecía haberse recuperado casi por completo de su horrorosa resaca, aunque aún ponía mala cara de vez en cuando, y charlaba animadamanete con Henk sobre posibles aventuras, rumores e historias. Había escuchado con interés la escena que habían protagonizado el demonio y Flecha (no había sido ninguna sorpresa para él), y ahora ardía en deseos por conocer al cornudo. No tuvo que esperar mucho más.

Daiyu torció la esquina con un nuevo atuendo, más cubierto y parecido al que los marineros usaban en Giruzkar. Por supuesto, no servía para ayudarle a pasar desapercibido. Su piel castigada por el fuego, cuernos y ojos negros lo hacían incluso más aterrador por la noche. Desde luego, no había hecho ningún esfuerzo por ocultar sus rasgos infernales. El hombre demonio se plantó delante de Flecha y realizó una cortés reverencia oriental, y Flecha respondió con una parodia de reverencia cortesana. A su alrededor, la clientela del Ratito y Medio se había silenciado para estudiar con cuidado al recién llegado. Alguno acercó la mano a la daga, pero tras unos momentos todos regresaron a sus asuntos y las conversaciones se reanudaron con normalidad.

  • Un placer volveros a ver, Flecha.
  • Igualmente, señor demonio.
  • ¿Tan leve impresión os he causado que habéis olvidado ya mi nombre? Me siento dolido.
  • ¡Eso se cura con unos tragos!

Se hicieron las presentaciones de rigor. Ilais y Berne saludaron cortésmente, Ator se mostró entusiasta y Henk poco menos que gélido. Estaba claro que no confiaba en Daiyu, ni le hacía gracia ninguna. Daiyu debió percatarse de ello, pues con Henk se reservó su actitud burlona y amistosa. Los demás casi esperaban que del tenso apretón de manos que compartieron comenzara a salir humo. Henk no tardó en apartarse de la conversación, que Flecha y Daiyu continuaron con entusiasmo.

  • ¿Y tu tripulación?
  • Cuidando del barco. Yo conozco vuestra lengua, y os conozco a vosotros, pero ellos no. Es mejor que se queden allí para evitar malentendidos.
  • La verdad, parece que nadie nunca había visto un barco como el vuestro por aquí… mucho menos gente como tú.
  • No. Al menos, no en los últimos siglos. Pero sí que disfrutáis a menudo de las maravillas que en mi tierra se forman. De seda, especias y algunas ciencias.
  • ¿Y para qué habéis venido ahora?
  • Sois muy ¿directa, directo?, Flecha.
  • Una de mis muchas y asombrosas cualidades.
  • Debe traeros muchos problemas.
  • Prefiero pensar que hace mi vida más interesante. Pero no has respondido, cuernitos.
  • Quizá falten todavía algunos tragos.

Henk y Ator miraban a los dos apoyados en el muro, con los vasos ya casi vacíos en las manos. Henk no parecía contento en absoluto, y Ator le miraba divertido.
  • Vamos, se ha ido a reunir con el abad, ¿cómo podría ser un demonio?
  • No lo sé, puede que les haya lanzado un conjuro. O puede que se esté haciendo pasar por un hombre, esperando al mejor momento para atacar.
  • Amigo, si has podido tocarlo sin que saliera ardiendo, me parece que de infernal no tiene nada. Eres la cosa más santa en todo Giruzkar, a un demonio le dolería mirarte siquiera.
  • No estoy tranquilo, eso es todo. Y Flecha parece llevarse demasiado bien con él, debería tener más cuidado, ser más precavida…
  • Henk, piensa bien lo que has dicho. Estás hablando de Flecha.
Henk se detuvo a mitad del trago y miró su vaso frunciendo la nariz. Luego miró a Ator claramente preocupado.
  • Tienes que asegurarte de que deje de beber antes de empezar a decir tonterías.

Ilais y Berne habían entrado y se abrazaban en un rincón oscuro. Berne acariciaba el cabello rubio y corto de Ilais con ternura mientras ella se dejaba acunar en sus brazos.
  • Ilais.
  • ¿Mmh?
  • ¿Estás segura de que podemos confiar en el cornudo ese?
  • Se ha reunido con los notables de la villa y el capitán Mortir Limia lo ha tratado bien, no como alguna clase de criminal. Es un capitán, no ha hecho nada por ocultar su identidad y Flecha parece llevarse bien con él…
  • Muy bien, de hecho…
  • El caso es que no creo que haya nada de lo que preocuparse. De hecho, después de que Flecha termine con su juego, me encantaría sentarme a hablar con él. Aprender algo más de su tierra.
Berne detuvo su mano y suspiró gravemente.
  • Ilais…
  • No quiero decir que vayamos a irnos mañana mismo, ni el mes que viene. Ya lo sabes, estamos bien aquí, aún hay mucho que ver, pero…
  • Lo sé, es sólo que… no me gusta pensarlo.
Ilais decidió besarlo para tranquilizarlo.
  • ¿Qué te parece si nos marchamos ya? Las puertas estarán cerradas, pero podemos alquilar una habitación en Armas…
Berne no pudo evitar sonreír.
  • Me parece bien.

Flecha vio divertida como Berne e Ilais se marchaban tomados por la cintura. Los señaló divertida a su interlocutor.
  • Parece que ya va siendo esa hora.
  • ¿La hora de los amantes?
  • Y de los borrachos. Bebe algo más, y cuéntame ya de una vez qué haces aquí.
  • En fin… estamos buscando una espada.
  • ¿Una espada? ¿Os recorréis medio mundo para haceros con una espada?
  • No es una espada cualquiera, evidentemente. Su acero es rojo, como la sangre, y es un artefacto importante de nuestra gentme.
  • Lo de acero rojo como la sangre suena aligno, la verdad.
  • Nuestras culturas son… distintas, en esos sentidos. En mi tierra yo soy honrado por mis marcas. Aquí, temido. La palabra demonio tampoco significa lo mismo en tu lengua y en la mía, ni la sangre posee connotaciones tan siniestras.
  • Mundos distintos, ¿eh? Suena bien.
  • Me has dicho que sois aventureros. Aventureros con cierta fama, incluso. Quizá algún día vuestros pasos os lleven hasta allí.
  • Sería interesante tener un amigo allí entonces.
  • ¿Un amigo? ¿No era esta la hora de los amantes?
Flecha se acercó con picardía hasta Daiyu, que sonreía sereno, sus ojos negros hundidos en los de Flecha. Entonces, Flecha le tomó por la cintura y lo besó apasionadamente. Cuando el brazo de Daiyu se dispuso a rodear la figura de Flecha, el beso terminó abruptamente y Flecha lo apartó.
  • Y de los borrachos. Esta noche no se desvelará el misterio, me temo.
Daiyu correspondió al comentario con una sonrisa y una reverencia. Apuró su vaso con calma.
  • Entonces será mejor que me retire. Las responsabilidades de un capitán no son pocas, y conviene afrontarlas o descansado o de buen humor. Y me temo que si sigo aquí no disfrutaré de ninguna de las dos condiciones.
Daiyu se fue, y Flecha se unió a sus dos compañeros, Henk y Ator, riendo alegremente.


Flecha salió temprano a la mañana siguiente hacia el puerto para ver el barco de velas rojas y al demoníaco capitán. El cielo había amanecido gris y lluvioso. Los truenos sonaban en la lejanía prometiendo una tormenta de las buenas. Pero cuando llegó allí no vio ninguna multitud, ni curiosos, ni velas rojas. El extraño barco se había ido.
  • Porras.

domingo, 25 de junio de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo I.2)

  • Después de eso, saqueamos aquel templo maldito. Había un botín bastante generoso, la verdad sea dicha, en especial teniendo en cuenta que eran cinos. Y por supuesto, nos hicimos con lo que habíamos ido a buscar…
  • ¡La capa de Baldir el Afortunado!
La capa hondeó sobre la cabeza de Henk que la mostraba azorado a la multitud mientras Flecha animaba a la parroquia con el relato de la aventura, como siempre hacía. Ator bebía como el que más e Ilais sonreía con una jarra de sidra en la mano y abrazada a Berne. La parroquia alzó las jarras con una común aclamación, mientras risas y hurras florecían por doquier. Tras la barra, Beelethur mantenía su misteriosa sonrisa élfica mientras dispensaba bebidas a diestro y siniestro. Flecha alcanzó una y la vació de un enérgico trago, antes de seguir riendo.
  • ¡Tres hurras por los Héroes de Largoinvierno!
  • ¡Hip hip, Hurra! ¡Hip hip, Hurra! ¡Hip hip, Hurra! - respondieron con entusiasmo los parroquianos de la Burra.

Desde hacía ya casi un año, los Héroes de Largoinvierno habían llegado a la apartada región de Giruzkar buscando aventura y fortuna. Giruzkar era una opción particularmente interesante para aquellos inconscientes que buscaran estas cosas, por ser tierras con muchas y poderosas historias. Recientemente habían sido reclamadas por la corona Castelana tras vencer las guerras contra los elfos de la espina que las habitaban. Abundaban allí las tierras salvajes, los tesoros de eras pasadas y otros atractivos reclamos para aventureros. Los cuatro Héroes de Largoinvierno (Ator Sangre de Enano, Henk el Semiorco, Ilais Ojos de elfo y Flecha) habían descendido desde las tierras del norte hasta este lugar para buscar fortuna, y hasta ahora la habían encontrado. Habían luchado contra toda clase de criaturas, habían encontrado toda clase de tesoros y alcanzado cierto renombre en el lugar. En particular, en Arama, un pueblo no lejos del puerto de Orostir, y en la transitada taberna de la Burra. Aquí habían llegado en un primer momento, y aquí habían decidido quedarse. Tres habitaciones les habían sido alquiladas ya a perpetuidad, y cada vez que regresaban de alguna de sus aventuras, el local se llenaba hasta arriba para escuchar las historias y disfrutar de la generosidad inspirada por el reciente tesoro y el buen ánimo. A la mayoría de los parroquianos poco les importaba si las historias eran o no ciertas, pero todos ellos sabían apreciar un buen relato. Y Flecha sabía cómo montar un relato.

Las risas continuaron hasta bien entrada la noche, y la sidra y el vino empaparon los ánimos de todos los presentes. Una aventura más, una muesca más, y otra historia resuelta, la capa mágica de Baldir el Afortunado con ellos, y la promesa de mucho más en el horizonte.



La mañana siguiente fue dura para Ator. Se despertó no en su habitación, si no tendido en el suelo de la burra, empapado de los pies a la cabeza y con Beelethur riendo cálidamente ante él, con el cubo aún en la mano. Eso quizá no fuera tan duro.
  • Saludos, valiente guerrero.
  • Beelethur, ahora mismo no soy un guerrero: soy un despojo. Acompáñame a mi habitación y déjame dormir…
  • Me sorprendes, Ator, tus compañeros ya están en pie y en marcha, ¿eres acaso el más débil entre ellos?
  • Agh, cállate, elfo. Soy si acaso el más entusiasta en las celebraciones, y eso trae horribles, horribles consecuencias.
  • Dices bien. Pero interesantes noticias llegaron por la mañana del puerto, y tus camaradas fueron a percibirlas de primera mano. Es ya medio día, y deberías unirte a ellos.
El hacha de Ator cayó sobre su pecho obligándole a gritar, tanto por el golpe como por la súbita impresión del frío acero sobre su piel. Beelethur soltó una cantarina carcajada y continuó con sus labores, mientras Ator se levantaba.

En efecto, los demás habían partido pocas horas antes hacia Orostir pues interesantes noticias habían llegado: un barco de velas rojas había atracado en el puerto, tripulado por demonios.



  • Eso no es un demonio. - dijo Ilais.
Una multitud asombrada miraba a la criatura mientras pelaba una manzana con su cuchillo, ignorando las inquisitivas miradas de su audiencia. Podría parecer un hombre, pero ciertos rasgos dejaban claro una naturaleza ajena. Cuernos salían desde su frente para coronar su cabeza, sus ojos eran negros como la pez y su piel ennegrecida parecía haber sufrido el castigo de un millar de fuegos. Sus manos terminaban en garras negras, y caminaba descalzo mostrando unos espolones igualmente negros. La ropa que llevaba era exótica y demasiado ligera para un clima tan inclemente como solía ser el giruzkarino. El barco tras él no era menos exótico, de tres palos pero velas no cuadradas si no redondeadas y sujetas por varas como la osamenta de un murciélago. Y rojas. Nunca nadie por allí había visto jamás un barco semejante, que desde luego parecía mucho más frágil y ligero que los que por allí se fabricaban.
  • Eso no es un demonio. - repitió Ilais.
  • ¿Y entonces qué es? - Henk no parecía tranquilo, no apartaba la mano de su espada y seguía con cuidado cada movimiento del demonio.
  • Un… oriental. He leído en algunos libros que hay una tierra muy al este donde los hombres se mezclaron hace tiempo con demonios, y ahora su progenie muestra rasgos de ambos linajes.
  • Eso suena a demonio para mí. - Berne fruncía el ceño y se frotaba con una de sus fuertes manos la calva cabeza.
  • ¡No es más que un viajero de otra tierra, es como si nos asustáramos por ver a un enano o un elfo!
  • Sólo que este no desciende de la piedra o del bosque, si no de malditos demonios. Lo mismo es, claro. - Henk aferraba ya con fuerza el pomo de su espada. - A mí me suena a abominación, y no creo que Heru castigue a quién la purgase.
  • ¡Henk, por los dioses! ¡Os comportáis como salvajes!

Y sin previo aviso Flecha avanzó dos rápidos pasos en dirección al demonio y ante el asombro general se plantó ante él, extendió su mano y con una sonrisa absolutamente radiante le dijo:
  • Buenos días, señor demonio, bienvenido a Orostir. Le animo sinceramente a probar nuestra sidra y nuestras galletas, pero por favor deje las almas de todo el mundo tranquilas.
El demonio levantó la cabeza. Todos los demás callaron. El demonio dejó la manzana sobre un barril y se levantó. Todos los demás retrocedieron. Flecha continuaba en la misma posición, con la misma sonrisa en la boca. Entonces el demonio sonrió también y con cierta sensualidad le dio la mano.
  • Gracias. Pero no tengo interés en capturar almas. Prefiero capturar corazones.
Todo el mundo contenía la respiración. El monstruo había hablado. Y de forma muy atrevida. Flecha soltó una risa fresca como un arroyo de primavera y agitó con fuerza la mano del demonio.
  • ¿Sabes acaso si soy hombre o mujer?
  • Opino que los buenos misterios sólo excitan el apetito.
  • ¡Bueno, bueno, tenemos aquí a un don Juan! Lo siento, muchacho, pero los prefiero menos tostados. Dime, ¿cómo te llamas?
  • Daiyu, ¿y vos?
  • Flecha.
  • Es nombre femenino, el misterio ha durado poco entonces.
  • Es nombre de una cosa, y de una cosa con tendencias penetrantes, debo añadir, así que no descartaría yo el misterio tan pronto. Escucha, no es que me importe el público, pero podríamos continuar la conversación ante una jarra de sidra, y ya que estás me cuentas qué haces por aquí.
  • Quizá más tarde. Ahora me temo que estoy esperando a alguien, que no debe tardar mucho ya… Ah, hablando del diablo…
Un grupo de hombres armados, miembros de la guarnición de Orostir, apartaban con poca ceremonia a los curiosos dirigiéndose hacia el cornudo de piel ennegrecida. El uniforme de la guarnición era una cota de mallas con tabardo del escudo de la ciudad (un barco de velas blancas sobre olas azules) y portando la característica alabarda. Eran media docena y con ellos escoltaban a otro. Flecha se apartó como si hubiera visto al mismo diablo cuando el capitán Mortir Limia apareció, pequeño, nervudo, de rasgos afilados y ojos hundidos, vistiendo la coraza con las armas de la corona, su espada al cinto y la espalda más envarada a este lado del mundo. Ignoró a Flecha y se dirigió directamente hacia el demonio, que guardaba con cuidado su cuchillo.
  • ¿Eres el capitán de este barco? ¿El juan chon lazú?
  • Se pronuncia 船紅蠟燭.
  • Dioses, benditos, se me haría la lengua un nudo si intentara pronunciarlo correctamente… Lamento si le he ofendido. El abad Elorza y el duque de Elaso le están esperando.
El demonio se giró un momento para mirar a Flecha con una cálida sonrisa, el efecto algo alterado por los ojos negros, los cuernos y todo lo demás.
  • Me temo que asuntos de cierta urgencia me mantendrán ocupado durante las siguientes horas. Pero quizá podamos reunirnos más tarde.
  • Capitán y codeándose con los peces gordos… no está mal. Búscanos por la noche en el Ratito y Medio, cerca de la plaza del ayuntamiento. Y seguiremos desentrañando el misterio.

Y Flecha se dio la vuelta y volvió con sus amigos, mientras Daiyu, capitán del barco de velas rojas, seguía al capitán Mortir Limia para reunirse con los notables de la villa.

jueves, 22 de junio de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo I.1)

Capítulo I

Otro tremendo golpe de hacha hizo saltar astillas de la endeble puerta de madera. Al otro lado se oían con claridad las risas y los aullidos de los cinocéfalos, y a este lado los quejidos de alguien herido y las murmuradas oraciones de un hombre santo.
  • ¿Te falta mucho?
Era estúpido preguntar, por supuesto, Henk no podía detener sus rezos si quería salvar la vida de Flecha, pero Ator nunca había sido del tipo paciente. La puerta siguió astillándose y los aullido se hicieron cada vez más frenéticos. Ator preparó su hacha mientras Ilais sostenía su bastón y murmuraba palabras de secreto poder. El hacha finalmente atravesó la puerta, los aventureros pudieron vislumbrar los ojos inyectados en sangre de la bestia que la sostenía, su canino hocico con los colmillos desenfundados y la boca babeante. Entonces hubo un súbito crecer de luz, nacida de las manos del enorme semiorco que rezaba sobre el cuerpo de Flecha, y sus quejidos disminuyeron para ser sustituidos por un largo suspiro de alivio.

La puerta no resistió más, se hizo añicos y los cinocéfalos entraron como una manada salvaje hambrienta de sangre y carne humana. El primero fue recibido por un severo hachazo de Ator, que casi lo parte por la mitad. El segundo recibió un bastonazo en el estómago y cuando Ilais dirigió su mano hacia él y pronunció una palabra arcana, su rostro comenzó a cubrirse de marcas de terribles quemaduras. Los sonidos que acompañaron a la escena no fueron agradables. Detrás había otros dos, uno fue detenido por el escudo de Ator y quedó allí trabado, pero el otro, repartiendo tajos a diestro y siniestro, obligó a Ilais a salir de su camino. Se encontró entonces con una presa fácil, Flecha y Henk aún se intentaban poner en pie. El cinocéfalo dirigió una certera estocada hacia la rubia cabeza de Flecha, pero Henk le cubrió con su cuerpo y pronunció una palabra santa. La cuchilla del cinocéfalo se partió contra la coraza del semiorco con un estallido de luz y lo hizo retroceder. Ator despachó al suyo estampándolo contra la pared y rebanando su pescuezo con el filo de su hacha, e Ilais golpeó con todas sus fuerzas la perruna cabeza del cinocéfalo del arma rota mientras sostenía el bastón a dos manos. Se escuchó un sonoro crujido, y el cinocéfalo cayó muerto.

Cuando regresó la calma, todos se miraron con cuidado para asegurarse de que estaban bien. Flecha entonces se echó a reír.
  • ¡Cielos, por qué poco!
  • Sí, por qué poco. La verdad es que no esperaba tantos problemas.
  • Bueno, eso sólo puede significar que estamos en la dirección correcta. ¿Qué iban a hacer si no unos cinocéfalos por aquí? - como siempre, Ilais limpiaba ahora su bastón tallado asegurándose de que ni una mancha de sangre quedaba en él.
  • Quizá deberíamos retirarnos y descansar, Heru ya ha sido bastante generoso con nosotros y no es conveniente tentar a la suerte. - Henk ayudaba a Flecha a ponerse en pie, mientras aún reía.
  • ¡Tonterías! Ahora que Flecha está de nuevo en pie todo va bien, y yo estoy aún fresco. - discutió Ator.
  • ¿Ilais? - inquirió Henk.
La hechicera se ajustaba su armadura de cuero una vez había terminado de limpiar su bastón. Meditó como siempre un momento la respuesta.
  • Seguimos. Estos cinocéfalos no deberían estar aquí, y podrían llevarse el premio si nos vamos. Hemos matado ya a una docena por lo menos, y no pueden quedar muchos más. Nos mantenemos unidos, nada de tonterías y todos en silencio. Eso va por ti, Flecha. Deja las canciones para luego.
  • ¡Sí, señora!
Henk, hizo una mueca de disgusto, pero no discutió. Recogió su espada y escudo del suelo y se preparó para seguir al grupo. Avanzaba Ator en cabeza, seguido por Ilais que mantenía el camino iluminado. Flecha iba en tercera posición en esta ocasión, su arco se había roto así que no tenía más que sus cuchillos, y el gran semiorco marchaba el cuarto, de vez en cuando lanzando nerviosas miradas a su espalda.

No quedaba mucho más que ver en el castillo de Canaver, un lugar ruinoso donde la mayor parte de las habitaciones se habían venido abajo. Sus pasos les llevaron hasta la entrada a las mazmorras. Una puerta de hierro que había sido forzada con alguna palanca o herramienta semejante, abierta con violencia, llevaba a unos escalones desgastados y cubiertos de musgo que descendían marcadamente. Ator se ajustó el casco con cuidado y plantó el pie en el primer escalón.
  • Está resbaladizo. Apoyad bien el pie.
  • ¿No deberíamos buscar trampas? - Henk parecía genuinamente preocupado.
  • Los cinocéfalos no son particularmente hábiles con esas cosas y estos escalones están muy desgastados. Iré buscando cables y mirando arriba de vez en cuando, pero no creo que pase nada.
El descenso fue tenso y lento, todos temían resbalarse y el comentario de Henk no les había ayudado a tranquilizarse. Por suerte, no había ninguna trampa. Se encontraban en unas viejas mazmorras, las celdas estaban abiertas, roñosas, y una mesa de madera podrida aún tenía por compañeros dos esqueletos pertrechados como guardias. Y ni rastro de cinocéfalos. Pero, de fondo, una inquietante música. Un cántico aullado lleno de cosas horribles. Los miembros del grupo se miraron entre sí con la resignación dibujada en sus caras. Excepto Flecha. Flecha sonreía.

Siguieron el sonido del cántico hasta una celda. Una pequeña parte de la pared había sido derribada, lo bastante como para que alguien pudiera arrastrarse a través de la abertura hasta el otro lado. Por suerte, incluso alguien tan corpulento como Henk. Al otro lado, algo asombroso. Un túnel abovedado de piedra perfectamente lisa, con tallas en las paredes que nada tenían que ver con lo humano ni lo divino. Bestias horribles, abominaciones mezcla entre hombre y monstruo guiaban las miradas de los que las observaban a través de una serie de sangrientos y blasfemos actos hasta una inmensa puerta de hierro en la que se habían tallado tres cabezas de hambrientas fauces. Una visión ciertamente horrenda, que encogió los corazones de los aventureros. Incluso Flecha dejó de sonreír.

Lo único que parecía fuera de lugar en aquel horrible espacio, era un esqueleto aún pertrechado con ropas, mochila y otros asuntos, situado junto a la puerta.
  • Trampa. - susurró Flecha muy bajito.
Los demás estuvieron de acuerdo. Pero el canto continuaba, y ahora no había duda de que emergía del otro lado de esas macabras puertas. Ator fue quién finalmente se decidió a avanzar, todos los músculos de su cuerpo listos para saltar al menor signo de problemas, la vista fija en el suelo y paredes, en busca de cualquier anomalía que pudiera revelar el disparador de la trampa. Cuando tuvo el esqueleto al alcance de su hacha, la utilizó para acercarlo hacia sí al aferrarlo por las correas. Por suerte, sin que nada sucediese. De pronto, Ator pareció muy contento, y hizo señas a sus camaradas, que al momento y por algún motivo parecieron también alegrarse notablemente. Las pertenencias del esqueleto estaban ajadas y echadas a perder, a excepción de su capa, que seguía tan lustrosa y entera como si fuera nueva. Ator lanzó la maltrecha mochila hacia sus camaradas, pero tomó la capa para sí y la vistió radiante. Ahora, con el ánimo visiblemente mejorado, se preparó a dar el último paso hasta la puerta.

Apenas había apoyado el pie cuando el techo vomitó un icor negro y humeante directamente sobre la cabeza de Ator. Fue una suerte que, en ese momento, el guerrero tropezara con uno de los huesos del antiguo propietario de la capa, perdiendo el equilibrio y yendo a dar con la pared de su derecha, pero apartándose del camino del extraño vertido. Aturdido aún, dirigió una mirada a sus camaradas, primero de asombro, luego de triunfo y alivio. Hasta que el humeante icor comenzó a moverse. Como una especie de ameba, el viscoso líquido se extendía hacia Ator, que ya sin ningún miramiento echó a correr hacia sus camaradas. La cosa le siguió, aunque era penosamente lenta. Flecha le lanzó una de sus dagas, pero esta sólo fue absorbida en el líquido con una humareda sin provocar efecto ninguno. El icor viviente seguía arrastrándose hacia los aventureros, e Ilais comenzó a dibujar símbolos en el aire y a murmurar extrañas palabras de mando. Los demás se protegieron detrás de ella. Pero entonces se detuvo, para consternación de sus compañeros.
  • Se está haciendo más pequeño.
Era verdad. Cuanto más tiempo pasaba, menor era la superficie que el icor cubría. Parecía estar evaporándose a ojos vistas. Para cuando alcanzó a los compañeros, estos simplemente lo saltaron y avanzaron. El icor desapareció del todo poco después. Y por supuesto, no había ni rastro de la daga.

Ahora, nada se interponía entre ellos y el portón. Ator se acercó con el hacha preparada, y empujó. La puerta cedió, lenta pero silenciosa. Nada más que el susurro del roce del hierro con la piedra. Al otro lado, una gran sala abovedada alumbrada por el tenue resplandor de algunas antorchas de fuego brujo, una figura entogada aullaba frente a un altar del que manaba oscuridad pura, y dos cinocéfalos que desnudaron sus colmillos y espadas en cuanto percibieron la intrusión. El entogado no cesaba sus aullidos, y la oscuridad no dejaba de crecer.
  • ¡Flecha!
Una de sus dagas salió disparada hacia la figura entogada. En circunstancias normales, su arco hubiera perforado certeramente el corazón del enemigo, que habría caído al instante, pero una daga arrojada no resultaba tan letal. La daga se clavó en la espalda de la figura encapuchada (no era un mal lanzamiento para la distancia que los separaba) y su aullido se interrumpió bruscamente por un gemido de dolor. La oscuridad sobre el altar se agitó inquieta, adoptando formas siniestras. Ator cargó hacia el interior de la sala con su grito de batalla en la garganta, mientras los demás se le unían.


La segunda daga de Flecha se clavó en la pierna de uno de los guardias, que perdió el equilibrio gimiendo y cayó al suelo. El hacha de Ator le atravesó el pecho, y murió. Henk detuvo el tajo que el segundo cinocéfalo dirigía a su compañero con su fiel escudo. Ilais apareció por la espalda blandiendo su bastón, que impactó con todas sus fuerzas en el costado de la criatura. Varias costillas debieron partirse, pero el cinocéfalo aún encontró fuerzas para retroceder hacia el altar y lanzar un tajo, más por alejar a sus enemigos que por herirlos. Un bajo gruñido nacía de sus entrañas. A duras penas logró bloquear el hachazo de Ator, que con brutal impacto partió la espada en dos. Ya desarmado e indefenso, la espada de Henk acabó con él antes de que tuviera tiempo a recuperarse. En su arrollador avance, habían alcanzado casi el altar, donde la sombra se agitaba. El cinocéfalo entogado escupía sangre y miraba con odio a los aventureros, que se apresuraban hacia él. Puso entonces todo su alma en un sólo aullido, y se arrojó hacia la vertiente oscuridad sobre el altar. La oscuridad se congeló por un momento, y a continuación horribles gritos, monstruosas formas y angustiosos lamentos emergieron de ella. Ilais juraría más tarde haber visto la figura del cinocéfalo intentar escapar, y algo, algo demasiado horrible para ser contemplado, retenerla en aquel mar de negrura. La escena duró algunos terribles momentos. Y luego la oscuridad se disipó como una niebla…