El Ratito y Medio era un antro, en todo el sentido de la palabra. Un local pequeño y oscuro atestado y sin siquiera sillas o mesas en las que apoyarse. La mayor parte de la clientela prefería pedir las bebidas y tomárselas en la puerta, donde montaba guardia un portero con malas pulgas. Aquí se reunían algunas de las caras más feas de la ciudad, gente que torcía la esquina al ver aparecer a la guardia y vestía capas largas y sombreros anchos. Marineros con reputación de piratas, valentones dispuestos a desnudar acero por un puñado de monedas y contrabandistas de toda clase. Flecha lo adoraba, Ator lo disfrutaba y Berne e Ilais se habían conocido aquí. Esta vez estaban todos en la puerta bebiendo un trago de estepario, a la espera del capitán Daiyu.
Ator parecía haberse recuperado casi por completo de su horrorosa resaca, aunque aún ponía mala cara de vez en cuando, y charlaba animadamanete con Henk sobre posibles aventuras, rumores e historias. Había escuchado con interés la escena que habían protagonizado el demonio y Flecha (no había sido ninguna sorpresa para él), y ahora ardía en deseos por conocer al cornudo. No tuvo que esperar mucho más.
Daiyu torció la esquina con un nuevo atuendo, más cubierto y parecido al que los marineros usaban en Giruzkar. Por supuesto, no servía para ayudarle a pasar desapercibido. Su piel castigada por el fuego, cuernos y ojos negros lo hacían incluso más aterrador por la noche. Desde luego, no había hecho ningún esfuerzo por ocultar sus rasgos infernales. El hombre demonio se plantó delante de Flecha y realizó una cortés reverencia oriental, y Flecha respondió con una parodia de reverencia cortesana. A su alrededor, la clientela del Ratito y Medio se había silenciado para estudiar con cuidado al recién llegado. Alguno acercó la mano a la daga, pero tras unos momentos todos regresaron a sus asuntos y las conversaciones se reanudaron con normalidad.
- Un placer volveros a ver, Flecha.
- Igualmente, señor demonio.
- ¿Tan leve impresión os he causado que habéis olvidado ya mi nombre? Me siento dolido.
- ¡Eso se cura con unos tragos!
Se hicieron las presentaciones de rigor. Ilais y Berne saludaron cortésmente, Ator se mostró entusiasta y Henk poco menos que gélido. Estaba claro que no confiaba en Daiyu, ni le hacía gracia ninguna. Daiyu debió percatarse de ello, pues con Henk se reservó su actitud burlona y amistosa. Los demás casi esperaban que del tenso apretón de manos que compartieron comenzara a salir humo. Henk no tardó en apartarse de la conversación, que Flecha y Daiyu continuaron con entusiasmo.
- ¿Y tu tripulación?
- Cuidando del barco. Yo conozco vuestra lengua, y os conozco a vosotros, pero ellos no. Es mejor que se queden allí para evitar malentendidos.
- La verdad, parece que nadie nunca había visto un barco como el vuestro por aquí… mucho menos gente como tú.
- No. Al menos, no en los últimos siglos. Pero sí que disfrutáis a menudo de las maravillas que en mi tierra se forman. De seda, especias y algunas ciencias.
- ¿Y para qué habéis venido ahora?
- Sois muy ¿directa, directo?, Flecha.
- Una de mis muchas y asombrosas cualidades.
- Debe traeros muchos problemas.
- Prefiero pensar que hace mi vida más interesante. Pero no has respondido, cuernitos.
- Quizá falten todavía algunos tragos.
Henk y Ator miraban a los dos apoyados en el muro, con los vasos ya casi vacíos en las manos. Henk no parecía contento en absoluto, y Ator le miraba divertido.
- Vamos, se ha ido a reunir con el abad, ¿cómo podría ser un demonio?
- No lo sé, puede que les haya lanzado un conjuro. O puede que se esté haciendo pasar por un hombre, esperando al mejor momento para atacar.
- Amigo, si has podido tocarlo sin que saliera ardiendo, me parece que de infernal no tiene nada. Eres la cosa más santa en todo Giruzkar, a un demonio le dolería mirarte siquiera.
- No estoy tranquilo, eso es todo. Y Flecha parece llevarse demasiado bien con él, debería tener más cuidado, ser más precavida…
- Henk, piensa bien lo que has dicho. Estás hablando de Flecha.
Henk se detuvo a mitad del trago y miró su vaso frunciendo la nariz. Luego miró a Ator claramente preocupado.
- Tienes que asegurarte de que deje de beber antes de empezar a decir tonterías.
Ilais y Berne habían entrado y se abrazaban en un rincón oscuro. Berne acariciaba el cabello rubio y corto de Ilais con ternura mientras ella se dejaba acunar en sus brazos.
- Ilais.
- ¿Mmh?
- ¿Estás segura de que podemos confiar en el cornudo ese?
- Se ha reunido con los notables de la villa y el capitán Mortir Limia lo ha tratado bien, no como alguna clase de criminal. Es un capitán, no ha hecho nada por ocultar su identidad y Flecha parece llevarse bien con él…
- Muy bien, de hecho…
- El caso es que no creo que haya nada de lo que preocuparse. De hecho, después de que Flecha termine con su juego, me encantaría sentarme a hablar con él. Aprender algo más de su tierra.
Berne detuvo su mano y suspiró gravemente.
- Ilais…
- No quiero decir que vayamos a irnos mañana mismo, ni el mes que viene. Ya lo sabes, estamos bien aquí, aún hay mucho que ver, pero…
- Lo sé, es sólo que… no me gusta pensarlo.
Ilais decidió besarlo para tranquilizarlo.
- ¿Qué te parece si nos marchamos ya? Las puertas estarán cerradas, pero podemos alquilar una habitación en Armas…
Berne no pudo evitar sonreír.
- Me parece bien.
Flecha vio divertida como Berne e Ilais se marchaban tomados por la cintura. Los señaló divertida a su interlocutor.
- Parece que ya va siendo esa hora.
- ¿La hora de los amantes?
- Y de los borrachos. Bebe algo más, y cuéntame ya de una vez qué haces aquí.
- En fin… estamos buscando una espada.
- ¿Una espada? ¿Os recorréis medio mundo para haceros con una espada?
- No es una espada cualquiera, evidentemente. Su acero es rojo, como la sangre, y es un artefacto importante de nuestra gentme.
- Lo de acero rojo como la sangre suena aligno, la verdad.
- Nuestras culturas son… distintas, en esos sentidos. En mi tierra yo soy honrado por mis marcas. Aquí, temido. La palabra demonio tampoco significa lo mismo en tu lengua y en la mía, ni la sangre posee connotaciones tan siniestras.
- Mundos distintos, ¿eh? Suena bien.
- Me has dicho que sois aventureros. Aventureros con cierta fama, incluso. Quizá algún día vuestros pasos os lleven hasta allí.
- Sería interesante tener un amigo allí entonces.
- ¿Un amigo? ¿No era esta la hora de los amantes?
Flecha se acercó con picardía hasta Daiyu, que sonreía sereno, sus ojos negros hundidos en los de Flecha. Entonces, Flecha le tomó por la cintura y lo besó apasionadamente. Cuando el brazo de Daiyu se dispuso a rodear la figura de Flecha, el beso terminó abruptamente y Flecha lo apartó.
- Y de los borrachos. Esta noche no se desvelará el misterio, me temo.
Daiyu correspondió al comentario con una sonrisa y una reverencia. Apuró su vaso con calma.
- Entonces será mejor que me retire. Las responsabilidades de un capitán no son pocas, y conviene afrontarlas o descansado o de buen humor. Y me temo que si sigo aquí no disfrutaré de ninguna de las dos condiciones.
Daiyu se fue, y Flecha se unió a sus dos compañeros, Henk y Ator, riendo alegremente.
Flecha salió temprano a la mañana siguiente hacia el puerto para ver el barco de velas rojas y al demoníaco capitán. El cielo había amanecido gris y lluvioso. Los truenos sonaban en la lejanía prometiendo una tormenta de las buenas. Pero cuando llegó allí no vio ninguna multitud, ni curiosos, ni velas rojas. El extraño barco se había ido.
- Porras.
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