Capítulo II
Flecha bebía tristemente una jarra de cerveza negra, mientras Ator le palmeaba la espalda tratando de infundir ánimos y la lluvia y los rayos arreciaban desde lo alto. Los demás ocupaban la mesa de la esquina que siempre ocupaban, al lado de la chimenea. La mesa entera, de generosas dimensiones, estaba llena de garabatos y marcas, convertida en un tosco mapa de Giruzkar. Ilais sonreía mientras miraba a Flecha con cierta compasión, y Henk intentaba mantener un gesto de seriedad, pero apenas era capaz de ocultar su satisfacción.
- Vamos, ¡otros capitanes llegan de puertos lejanos todos los días! - intentó animarle Ilais.
- No como Daiyu.
- ¿Porque tenía cuernos?
- Porque tenía cuernos. Grandes, puntiagudos y rugosos.
- Eso te pasa por andar con juegos. Si hubiera sido yo, todavía estaríamos en su lujoso camarote de capitán. - Ator.
- Pero este me gustaba de verdad, no puedes simplemente tirarte así a las sábanas de alguien si luego quieres que se quede por el vecindario un poco más.
- El caso es que se ha ido, y creo que es lo mejor. Estoy seguro de que no tramaban nada bueno. El abad y el duque debieron decirle que se largara con viento fresco con las primeras luces del alba. Que Mannannan los hunda a esos demonios.
- ¡Henk, no puedes proferir maldiciones así tan a la ligera! - Ilais parecía realmente horrorizada ante las palabras de su compañero. Razonablemente, teniendo en cuenta que al menos un dios tendía a escuchar las plegarias del semiorco de forma regular.
- Bueno, quizá aún regrese… Podrían haberse ido a hacer un recado. - suspiró Flecha pegando un largo trago a su cerveza.
Beelethur sonreía desde la barra mirándoles. Ator se levantó y se acercó a la barra.
- Ponme una, orejas de punta.
- ¿Otro desengaño amoroso de Flecha?
- Uno más. Solo que este se le escapó por los pelos.
- Afortunado él.
La siguientes semanas pasaron tranquilas para nuestros héores. El botín había resultado ser ciertamente generoso, y los Héroes de Largoinvierno no vieron la necesidad de buscarse otra aventura pronto. Con el tiempo, todo el revuelo que la presencia del barco de velas rojas había levantado fue acallándose, y al poco era un tema que ni se mencionaba en las conversaciones. Los extraños demonios llegados del este ya eran parte de la historia, una divertida anécdota para contar a los niños.
Y así se hubiera quedado, de no ser por las tormentas.
Las tormentas no son cosa extraña en las costas de Giruzkar. De hecho, las galernas suelen ser bastante peores. Pero cuando semanas después de la marcha del barco de velas rojas las tormentas seguían sucediéndose sin descanso, a alguien se le ocurrió que había habido tormenta el mismo día que el barco abandonara el puerto. Y que desde entonces había parado. Los pescadores apenas tenían oportunidad de salir a la mar, las mercancías llegaban dañadas, si es que llegaban, y luego quedaban atascadas en el puerto a la espera de una oportunidad de salir. Un puerto en el que empezaba a faltar el espacio. Y aunque la bahía, protegida por la isla de Tansa Caral, ofrecía un refugio relativamente seguro, no era más que una solución temporal. La gente comenzó a preguntarse si no habría caído una maldición sobre la región. Unos pensaban que se había cometido alguna grave ofensa contra Mannannan (incluso se llegó a sacrificar un barco para tratar de calmar su ira) y otros decían que eran las Brujas del Mar las que conjuraban las tormentas desde Tur Targa. Pero los más, culpaban de todo esto a los extraños demonios que tan oportunamente los habían visitado antes de que esa extraña plaga de tormentas hubiera comenzado.
Tales creencias sólo se fortalecieron, cuando un viejo lobo de mar, un sencillo pescador nombre Otavio, dijo lo siguiente bebiendo en una de las tabernas del puerto:
- Los cielos se partan y las Tinieblas me reclamen si lo que digo es mentira. Ya me conocéis, no soy de los que exageran y no me gusta inventar historias, bastantes cosas raras suceden ya en esta tierra. Pero el otro día decidí que ya estaba bien, en mi casa no había entrado una moneda en toda la semana, y ni el trueno poderoso iba a evitar que alimentase a mi familia. Así que armé mi barca y a mis hijos y nos hicimos a la mar en cuanto clareó un poco. Por supuesto, que no duró demasiado. Apenas íbamos por la mitad de la jornada cuando el cielo se nos vino encima. Arriamos velas lo más rápido que pudimos mientras rezábamos para que Mannannan nos mantuviera alejados de la costa. Y entonces, en el destello de un relámpago, lo vi. Vaya si lo vi, que venga Heru ahora mismo a llamarme mentiroso si lo que digo no es verdad. Unas velas rojas, eso es lo que vi. Los relámpagos caían a su alrededor, pero sin tocar esas malditas velas. Cualquier marino con dos dedos de frente hubiera recogido esas velas en el acto, era imposible que sobreviviesen a esa tormenta. EL viento debería haber empujado el barco contra la costa, haber hecho pedazos el maldito cascarón. Pero no. El barco de velas rojas navegaba la tormenta como si nada. Como si fuera suya.
Este relato fue todo lo necesario para que todo Oroskir dictara sentencia contra el barco de velas rojas y su tripulación: eran demonios. Seres infernales que habían llegado a aquellas costas a provocar el caos y a hacer sufrir a sus gentes.
Otavio no había vuelto a salir al mar desde la tormentosa experiencia, y pasaba los ratos muertos fumando su pipa y cuidando de su barco. Era ya un hombre mayor, pero al que la actividad había mantenido fuerte y recio, asunto del que estaba particularmente orgulloso. No le faltaban un par de cicatrices, una de las cuales cruzaba su mejilla produciendo una larga calva en su canosa barba. Así se encontraba el viejo pescador, tejiendo una de sus redes y paladeando una buena pipa bajo un cielo oscuro que amenazaba tormenta, cuando cuatro figuras se le plantaron ante las narices. Los conocía de vista, y por las historias que de ellos había escuchado en alguna ocasión.
- ¿Qué trae a los cuatro de Largoinvierno aquí?
Los truenos retumbaban mar adentro, incluso podían verse las delgadas patas de la tormenta aparecer y desaparecer en la lejanía.
- Queremos saber más de esa historia tuya del barco de velas rojas.
- No hay más que contar. Lo vi en la tormenta, y ya.
- ¿Pero por dónde te encontrabas en ese momento? - preguntó Ator impaciente.
- ¿Qué más os da?
- Si realmente las tormentas son a causa del barco, queremos encontrarlo y ponerle fin. Somos aventureros, nos dedicamos a estas cosas.
- Hm. Si os sirve de algo, lo vi cerca de Los Arañazos del Diablo. Muy oportuno.
- ¿Crees que podrías llevarnos hacia allí?
- Ni loco, ya me arriesgué una vez a salir y casi me cuesta la vida.
Flecha sacó una moneda de la nada y la presentó ante las narices del viejo pescador.
- Tengo entendido que hace ya casi dos semanas, o más, que no sales a la mar.
La desconfianza del rostro de Otavio era más que evidente, pero Flecha continuó haciendo bailar la moneda entre sus dedos.
- Eso significa que hace ya casi dos semanas o más que no entra un real en tu casa. Estoy seguro de que hasta ahora te las habrás arreglado, con algunos ahorrillos y la generosidad de tus vecinos. O quizá seas de los que no están dispuestos a aceptar limosnas. No me importa. El caso es que la situación no va a durar mucho más, y si estas tormentas continúan, vas a tener que buscarte un nuevo oficio.
La moneda dio vueltas en el aire y cayó de nuevo en la palma de Flecha.
- No creo que a tu padre le hiciera mucha gracia eso. Y como perro viejo que eres, quizá no estés ya como para aprender un nuevo oficio. Esto te interesa. Nos ayudas a librarnos de la maldición, y nosotros te pagamos generosamente por llevarnos hasta ahí. Por adelantado.
El viejo pescador se había levantado y miraba a los ojos de Flecha con la mirada torva del viejo marino que sabe que se está metiendo en una tormenta. Flecha le sostenía la mirada sin parpadear y con una ancha sonrisa.
La marcha quedó decidida para dos días más tarde, pues las adivinaciones de Ilais mostraban la fecha como la más propicia. Ilais pasó esos días preparando conjuros varios que le ayudarían a encontrar el barco de velas rojas, y los demás preparando la expedición. Las armaduras más pesadas quedarían atrás a favor del cuero, material que gozaba de mayor flotabilidad. Henk y Ator pasaron un par de días con el viejo marino preparándose para la travesía, aprendiendo de nudos y barcos para al menos no estorbar en la embarcación. Dos días más tarde, los cuatro aventureros se encontraban en el muelle cargando sus cosas en el humilde barco pesquero de Otavio. Sus dos hijos le acompañaban, dos jóvenes en la plenitud de la vida que respondían al nombre de Jon e Imalo. Berne había acudido también al muelle para despedirse de Ilais, con su clásica mirada de preocupación y un puñado de trillados consejos, cuyo motivo no era más que mostrar su cariño y amor por la joven de ojos verdes.
Las adivinaciones de Ilais parecían haber sido correctas pues a pesar de un cielo encapotado no había nada que sugiriera la presencia de una tormenta en las horas siguientes. Claro que recientemente las tormentas habían aparecido de forma tan repentina e inesperada, que esto no era garantía ninguna. El barco abandonó el puerto ante la curiosa mirada de algunos paseantes y ociosos estibadores. La nave no contaba con más de cinco metros de eslora, un sólo palo y una bodega que servía tanto para guardar la pesca del día como las provisiones y refugiar a los tripulantes. Una cáscara de nuez, que había permanecido en la familia tres generaciones ya. La vida de tres personas hecha madera, cuerda y tela.
Les ocuparía unas horas llegar hasta las inmediaciones de los Arañazos del Diablo. Ilais pasó el rato preparando sus conjuros de adivinación, lanzando sus extrañas runas nórdicas ante la desconfiada mirada del viejo marino, y la admiración de sus hijos.
- ¿Son peligrosas estas aguas, Otavio? - quiso saber Henk.
- Aún no, pero a dónde nos dirigimos es ya otro asunto. Sin embargo, ese mismo motivo aleja a otros pescadores de la zona, y si uno se arriesga un poco puede hacer el trabajo de una semana en un sólo día.
- ¿Y cuáles son los peligros que podríamos encontrarnos allí? ¿Bestias marinas?
- No tan cerca de la costa. Pero los piratas de Tur Ukar suelen pasar por aquí, y de vez en cuando algún barco desaparece. También he escuchado historias de hombres escamados que suben desde el Abismo para llevarse a los marineros a su reino submarino, claro, pero eso se escucha en todas partes…
Los aventureros se miraron entre sí con un grave gesto de preocupación, y en seguida se apresuraron a asegurar sus armas.
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