Capítulo IV
Las horrendas criaturas no tuvieron el ánimo de seguirles hasta tierra firme. Cuando se vieron a salvo, atendieron a los heridos en el campamento. Henk miraba a las aguas con el ceño fruncido. No había rastro de Ator. Los tres supervivientes de la horrenda experiencia deliraban en su extraño idioma, los labios cortados y blancos por la sal, cubiertos de llagas y con las heridas infectadas. Era un auténtico milagro que siguieran con vida. Daiyu fue el primero en recuperar la consciencia, aunque apenas tuvo fuerzas para mirar a Flecha y dedicarle una sonrisa. Flecha le respondió con una carcajada de su propia cosecha y le ofreció un trago de agua.
Jon no había hablado desde que lo habían encontrado, y estaba claro que no lo haría aún en un tiempo. Algo había cambiado en el joven, y podía verse la aversión en su mirada cada vez que sus ojos se cruzaban con el mar. Su padre estaba cerca, pero mantenía las distancias con los aventureros. No podía culparlos, al fin y al cabo él había decidido venir. Pero uno de sus hijos estaba ahora muerto, y el otro quizá no volviera a embarcarse. En cierta forma, los había perdido a los dos.
La tormenta arreció durante la noche.
A la mañana siguiente, Henk encontró a Daiyu erguido, mirando hacia el mar.
- ¿Te encuentras mejor?
- Sí, muchas gracias.
Henk se sentó a su lado a mirar al mar. A la orilla llegaban olas espumosas arrastrando maderas y algas.
- Qué tenéis que ver vosotros con las tormentas.
- Es nuestro barco el que las conjura.
- ¿Un barco mágico?
- Más que eso. En nuestra tierra, ese barco es una leyenda. Fue un regalo de un dios a nuestro pueblo, y ha protagonizado grandes hazañas.
- ¿Y qué ha pasado? ¿Cómo lo habéis perdido?
- Nos atacaron. En mitad de la noche. Eran hordas de esos abominables seres, y entre ellos había también hombres y orcos. Nunca vi nada igual. Salieron de las mismas profundidades marinas, subieron por la borda mientras nos dirigíamos a Tur Ukar… y nos derrotaron. Apenas tuvimos tiempo de sacar nuestras espadas. Con ellos había un… un gigante, un monstruo, un diablo con forma de orco. Entró a la batalla con el pecho desnudo, sin empuñar armas… pero las armas apenas arañaban su piel, y sus manos partían cuellos y cráneos como si fueran hachas.
Henk echó un poco más de leña al fuego y acercó el pellejo de agua a Daiyu, que bebió ávidamente.
- ¿Y qué me puedes contar de esa espada que estabais buscando?
- Por ella partimos. Nos dijeron que los piratas la habían capturado.
Capturado, pensó Henk. Extraña forma de decir que habían robado una espada.
- Nos dijeron que los piratas de Tur Ukar la habían capturado, y fuimos para asediar su puerto, evitar que nadie saliera.
- ¿Asediar un puerto con un sólo barco?
- Con el barco de velas rojas.
- Y ahora los piratas tienen ese barco. Y están asediando toda la costa gracias a él.
Daiyu agachó la cabeza en gesto de vergüenza. Cuando habló le temblaba la voz.
- Lamento mucho la desgracia que os hemos causado.
- Tranquilo. - Flecha estaba a su lado, con una mano puesta sobre la cornamenta del capitán extranjero y el puño en su costado. - No es la primera vez que tenemos que salvar el mundo.
Ilais se plantó cerca de ellos apoyada en su bastón. Parecía cansada, sin duda los conjuros que había tenido que realizar la habían agotado.
- Entonces sólo tenemos que encontrar la forma de hacernos con ese barco.
- Está claro que abordarlo no es una opción, si puede conjurar las tormentas. - murmuró Henk.
- Entonces hay que ir a Tur Ukar y hacernos con el barco mientras esté en el puerto. - decidió Ilais.
Otavio eligió ese momento para hablar.
- ¿Alguno de vosotro tiene la más mínima idea de cómo navegar? Porque si no es así me parece que vais a necesitar que os eche un cabo.
- Gracias, Otavio, pero esto puede ser incluso más peligroso que a lo que hoy nos hemos enfrentado. Deberías regresar a casa con tu familia. - le explicó Henk.
- Uno de mis hijos ha muerto y el otro no quiere volver a ver el mar. Soy viejo, y he perdido mi barco. Ni siquiera estoy seguro de que mi mujer me quiera de vuelta después de esto. No es que me queden muchas cosas en Orosti. Y necesitáis mi ayuda. Que sea esta mi última aventura sobre las olas.
Partirían tan pronto como les fuera posible, ese mismo día. Daiyu ya se encontraba con las fuerzas suficientes como para poder caminar, aunque fuera con la ayuda de un bastón. Los otros dos tendrían que llevarlos a rastras. Tenían que encontrar el camino de la costa, y después de eso aún les quedarían dos o tres días hasta llegar a Orosti. Cuando al mediodía habían terminado de recoger sus escasas pertenencias y hacer acopio de todos sus recursos, Flecha descubrió a Henk mirando hacia las olas.
- Vamos, lo encontraremos por el camino. - dijo Flecha, palmeando la ancha espalda de su compañero.
- Claro.
Pero Henk sentía que jamás volverían a ver a Ator. Murmuró una oración a Mannanann, el señor de las olas, por el alma de su compañero, y se marchó. En cuanto llegara a la ciudad, tendría que vaciar un barril de estepario.
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