Capítulo I
Otro tremendo golpe de hacha hizo saltar astillas de la endeble puerta de madera. Al otro lado se oían con claridad las risas y los aullidos de los cinocéfalos, y a este lado los quejidos de alguien herido y las murmuradas oraciones de un hombre santo.
- ¿Te falta mucho?
Era estúpido preguntar, por supuesto, Henk no podía detener sus rezos si quería salvar la vida de Flecha, pero Ator nunca había sido del tipo paciente. La puerta siguió astillándose y los aullido se hicieron cada vez más frenéticos. Ator preparó su hacha mientras Ilais sostenía su bastón y murmuraba palabras de secreto poder. El hacha finalmente atravesó la puerta, los aventureros pudieron vislumbrar los ojos inyectados en sangre de la bestia que la sostenía, su canino hocico con los colmillos desenfundados y la boca babeante. Entonces hubo un súbito crecer de luz, nacida de las manos del enorme semiorco que rezaba sobre el cuerpo de Flecha, y sus quejidos disminuyeron para ser sustituidos por un largo suspiro de alivio.
La puerta no resistió más, se hizo añicos y los cinocéfalos entraron como una manada salvaje hambrienta de sangre y carne humana. El primero fue recibido por un severo hachazo de Ator, que casi lo parte por la mitad. El segundo recibió un bastonazo en el estómago y cuando Ilais dirigió su mano hacia él y pronunció una palabra arcana, su rostro comenzó a cubrirse de marcas de terribles quemaduras. Los sonidos que acompañaron a la escena no fueron agradables. Detrás había otros dos, uno fue detenido por el escudo de Ator y quedó allí trabado, pero el otro, repartiendo tajos a diestro y siniestro, obligó a Ilais a salir de su camino. Se encontró entonces con una presa fácil, Flecha y Henk aún se intentaban poner en pie. El cinocéfalo dirigió una certera estocada hacia la rubia cabeza de Flecha, pero Henk le cubrió con su cuerpo y pronunció una palabra santa. La cuchilla del cinocéfalo se partió contra la coraza del semiorco con un estallido de luz y lo hizo retroceder. Ator despachó al suyo estampándolo contra la pared y rebanando su pescuezo con el filo de su hacha, e Ilais golpeó con todas sus fuerzas la perruna cabeza del cinocéfalo del arma rota mientras sostenía el bastón a dos manos. Se escuchó un sonoro crujido, y el cinocéfalo cayó muerto.
Cuando regresó la calma, todos se miraron con cuidado para asegurarse de que estaban bien. Flecha entonces se echó a reír.
- ¡Cielos, por qué poco!
- Sí, por qué poco. La verdad es que no esperaba tantos problemas.
- Bueno, eso sólo puede significar que estamos en la dirección correcta. ¿Qué iban a hacer si no unos cinocéfalos por aquí? - como siempre, Ilais limpiaba ahora su bastón tallado asegurándose de que ni una mancha de sangre quedaba en él.
- Quizá deberíamos retirarnos y descansar, Heru ya ha sido bastante generoso con nosotros y no es conveniente tentar a la suerte. - Henk ayudaba a Flecha a ponerse en pie, mientras aún reía.
- ¡Tonterías! Ahora que Flecha está de nuevo en pie todo va bien, y yo estoy aún fresco. - discutió Ator.
- ¿Ilais? - inquirió Henk.
La hechicera se ajustaba su armadura de cuero una vez había terminado de limpiar su bastón. Meditó como siempre un momento la respuesta.
- Seguimos. Estos cinocéfalos no deberían estar aquí, y podrían llevarse el premio si nos vamos. Hemos matado ya a una docena por lo menos, y no pueden quedar muchos más. Nos mantenemos unidos, nada de tonterías y todos en silencio. Eso va por ti, Flecha. Deja las canciones para luego.
- ¡Sí, señora!
Henk, hizo una mueca de disgusto, pero no discutió. Recogió su espada y escudo del suelo y se preparó para seguir al grupo. Avanzaba Ator en cabeza, seguido por Ilais que mantenía el camino iluminado. Flecha iba en tercera posición en esta ocasión, su arco se había roto así que no tenía más que sus cuchillos, y el gran semiorco marchaba el cuarto, de vez en cuando lanzando nerviosas miradas a su espalda.
No quedaba mucho más que ver en el castillo de Canaver, un lugar ruinoso donde la mayor parte de las habitaciones se habían venido abajo. Sus pasos les llevaron hasta la entrada a las mazmorras. Una puerta de hierro que había sido forzada con alguna palanca o herramienta semejante, abierta con violencia, llevaba a unos escalones desgastados y cubiertos de musgo que descendían marcadamente. Ator se ajustó el casco con cuidado y plantó el pie en el primer escalón.
- Está resbaladizo. Apoyad bien el pie.
- ¿No deberíamos buscar trampas? - Henk parecía genuinamente preocupado.
- Los cinocéfalos no son particularmente hábiles con esas cosas y estos escalones están muy desgastados. Iré buscando cables y mirando arriba de vez en cuando, pero no creo que pase nada.
El descenso fue tenso y lento, todos temían resbalarse y el comentario de Henk no les había ayudado a tranquilizarse. Por suerte, no había ninguna trampa. Se encontraban en unas viejas mazmorras, las celdas estaban abiertas, roñosas, y una mesa de madera podrida aún tenía por compañeros dos esqueletos pertrechados como guardias. Y ni rastro de cinocéfalos. Pero, de fondo, una inquietante música. Un cántico aullado lleno de cosas horribles. Los miembros del grupo se miraron entre sí con la resignación dibujada en sus caras. Excepto Flecha. Flecha sonreía.
Siguieron el sonido del cántico hasta una celda. Una pequeña parte de la pared había sido derribada, lo bastante como para que alguien pudiera arrastrarse a través de la abertura hasta el otro lado. Por suerte, incluso alguien tan corpulento como Henk. Al otro lado, algo asombroso. Un túnel abovedado de piedra perfectamente lisa, con tallas en las paredes que nada tenían que ver con lo humano ni lo divino. Bestias horribles, abominaciones mezcla entre hombre y monstruo guiaban las miradas de los que las observaban a través de una serie de sangrientos y blasfemos actos hasta una inmensa puerta de hierro en la que se habían tallado tres cabezas de hambrientas fauces. Una visión ciertamente horrenda, que encogió los corazones de los aventureros. Incluso Flecha dejó de sonreír.
Lo único que parecía fuera de lugar en aquel horrible espacio, era un esqueleto aún pertrechado con ropas, mochila y otros asuntos, situado junto a la puerta.
- Trampa. - susurró Flecha muy bajito.
Los demás estuvieron de acuerdo. Pero el canto continuaba, y ahora no había duda de que emergía del otro lado de esas macabras puertas. Ator fue quién finalmente se decidió a avanzar, todos los músculos de su cuerpo listos para saltar al menor signo de problemas, la vista fija en el suelo y paredes, en busca de cualquier anomalía que pudiera revelar el disparador de la trampa. Cuando tuvo el esqueleto al alcance de su hacha, la utilizó para acercarlo hacia sí al aferrarlo por las correas. Por suerte, sin que nada sucediese. De pronto, Ator pareció muy contento, y hizo señas a sus camaradas, que al momento y por algún motivo parecieron también alegrarse notablemente. Las pertenencias del esqueleto estaban ajadas y echadas a perder, a excepción de su capa, que seguía tan lustrosa y entera como si fuera nueva. Ator lanzó la maltrecha mochila hacia sus camaradas, pero tomó la capa para sí y la vistió radiante. Ahora, con el ánimo visiblemente mejorado, se preparó a dar el último paso hasta la puerta.
Apenas había apoyado el pie cuando el techo vomitó un icor negro y humeante directamente sobre la cabeza de Ator. Fue una suerte que, en ese momento, el guerrero tropezara con uno de los huesos del antiguo propietario de la capa, perdiendo el equilibrio y yendo a dar con la pared de su derecha, pero apartándose del camino del extraño vertido. Aturdido aún, dirigió una mirada a sus camaradas, primero de asombro, luego de triunfo y alivio. Hasta que el humeante icor comenzó a moverse. Como una especie de ameba, el viscoso líquido se extendía hacia Ator, que ya sin ningún miramiento echó a correr hacia sus camaradas. La cosa le siguió, aunque era penosamente lenta. Flecha le lanzó una de sus dagas, pero esta sólo fue absorbida en el líquido con una humareda sin provocar efecto ninguno. El icor viviente seguía arrastrándose hacia los aventureros, e Ilais comenzó a dibujar símbolos en el aire y a murmurar extrañas palabras de mando. Los demás se protegieron detrás de ella. Pero entonces se detuvo, para consternación de sus compañeros.
- Se está haciendo más pequeño.
Era verdad. Cuanto más tiempo pasaba, menor era la superficie que el icor cubría. Parecía estar evaporándose a ojos vistas. Para cuando alcanzó a los compañeros, estos simplemente lo saltaron y avanzaron. El icor desapareció del todo poco después. Y por supuesto, no había ni rastro de la daga.
Ahora, nada se interponía entre ellos y el portón. Ator se acercó con el hacha preparada, y empujó. La puerta cedió, lenta pero silenciosa. Nada más que el susurro del roce del hierro con la piedra. Al otro lado, una gran sala abovedada alumbrada por el tenue resplandor de algunas antorchas de fuego brujo, una figura entogada aullaba frente a un altar del que manaba oscuridad pura, y dos cinocéfalos que desnudaron sus colmillos y espadas en cuanto percibieron la intrusión. El entogado no cesaba sus aullidos, y la oscuridad no dejaba de crecer.
- ¡Flecha!
Una de sus dagas salió disparada hacia la figura entogada. En circunstancias normales, su arco hubiera perforado certeramente el corazón del enemigo, que habría caído al instante, pero una daga arrojada no resultaba tan letal. La daga se clavó en la espalda de la figura encapuchada (no era un mal lanzamiento para la distancia que los separaba) y su aullido se interrumpió bruscamente por un gemido de dolor. La oscuridad sobre el altar se agitó inquieta, adoptando formas siniestras. Ator cargó hacia el interior de la sala con su grito de batalla en la garganta, mientras los demás se le unían.
La segunda daga de Flecha se clavó en la pierna de uno de los guardias, que perdió el equilibrio gimiendo y cayó al suelo. El hacha de Ator le atravesó el pecho, y murió. Henk detuvo el tajo que el segundo cinocéfalo dirigía a su compañero con su fiel escudo. Ilais apareció por la espalda blandiendo su bastón, que impactó con todas sus fuerzas en el costado de la criatura. Varias costillas debieron partirse, pero el cinocéfalo aún encontró fuerzas para retroceder hacia el altar y lanzar un tajo, más por alejar a sus enemigos que por herirlos. Un bajo gruñido nacía de sus entrañas. A duras penas logró bloquear el hachazo de Ator, que con brutal impacto partió la espada en dos. Ya desarmado e indefenso, la espada de Henk acabó con él antes de que tuviera tiempo a recuperarse. En su arrollador avance, habían alcanzado casi el altar, donde la sombra se agitaba. El cinocéfalo entogado escupía sangre y miraba con odio a los aventureros, que se apresuraban hacia él. Puso entonces todo su alma en un sólo aullido, y se arrojó hacia la vertiente oscuridad sobre el altar. La oscuridad se congeló por un momento, y a continuación horribles gritos, monstruosas formas y angustiosos lamentos emergieron de ella. Ilais juraría más tarde haber visto la figura del cinocéfalo intentar escapar, y algo, algo demasiado horrible para ser contemplado, retenerla en aquel mar de negrura. La escena duró algunos terribles momentos. Y luego la oscuridad se disipó como una niebla…
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