domingo, 8 de noviembre de 2015

Ekaitz Rompetormentas

Uf, cuanto polvo. Realmente lamento mucho tenerlo todo tan abandonado, pero últimamente, entre la uni y que la mayoría del material que creo es para un proyecto ultrasecreto, no me da para mucho. Lo que os dejo por aquí es un relato introductorio para un personaje con el que voy a jugar una partida online, probablemente a través de Comunidad Umbría, dirigida por +Javier Fernández Valls. Seguramente estos días esté sacando unos cuantos relatos, y quizá alguna reflexión suelta. Tengo entradas pendientes por ahí, pero la cosa es ponerse a escribirlas.

Junto al relato adjunto un dibujillo hecho del personaje, aunque sea la foto del dibujo y la calidad sea así así.




Por la noche, en una taberna en el camino, alguien cuenta una historia.

- Y allí estaba yo, mientras las encarnadas fauces del tiburón se acercaban a través del agua enrojecida por la vida de mis compañeros. La bestia tenía ojos negros como el Abismo, una criatura formada de puro mal, de las pesadillas de los marinos, marinos como otros cientos que habría consumido a lo largo de su degenerada vida. Puede que suene como un fanfarrón, pero en ese momento no sentí miedo, o ira. No, sentí un gran aplomo, una voluntad firme que aferró mi corazón y me dijo: “¡Lucha!”. No iba a morir aquel día en aquellas aguas, no se teñirían de rojo con el jugo de mis tripas ni yo sería parte del menú de ese tiburón. Cuando ya estaba casi sobre mí, vi a un lado aquel pedazo de madera, afilado como un demonio, que la marea había arrastrado a mi lado. Lo aferré como si fuera mi propia alma, y cuando al fin estaban sobre mí aquellas rojas fauces con aquellos blancos colmillos, con un bramido intenté ensartárselo hasta la cola.

La taberna escuchaba con atención la historia. Su narrador, era un hombre grande, que no particularmente alto, de barba abundante y desaliñada, cabello corto pero desarreglado. En sus ojos brillaba una chispa de alegría y emoción mientras contaba la historia, uno de sus amplios brazos rodeaba a una muchacha que sonreía de forma burlona a sus palabras, y el otro gesticulaba efusivamente para subrayar las partes más interesantes de su relato, al mismo tiempo que sujetaba una gruesa jarra de cerveza cuyo contenido se vertía más a menudo al suelo que a la boca de su dueño. Su voz sonaba potente como un trueno, y aunque sin duda no podía decirse de él que fuera guapo, poseía un atractivo innegable, algo salvaje y rudo. Bajo la camisa se podía advertir un cuerpo acostumbrado al ejercicio, las mangas arremangadas mostraban unos brazos curtidos y peludos y una piel tostada por muchas jornadas al aire libre. Ekaitz estalló entonces en una sonora carcajada.

- Por supuesto que apenas conseguí hacerle un rasguño. Derramé algo de su sangre que solo sirvió para enfurecerlo más, y en nuestro forcejeo consiguió pegarme un bocado que casi me arranca las entrañas. Brrr, solo de acordarme aún tiemblo. El caso es que conseguí atizarle un puñetazo en toda la jeta que lo dejó algo aturdido y me permitió zafarme de la presa. En ese momento tuve la buena fortuna de que un cabo cayó a mi lado, no lo pensé mucho y me aferré a él. Cinco valerosos hombres me izaron a bordo del Capellán Escarlata antes de que me diera cuenta. No me enteré del nombre del barco hasta casi una semana después, cuando al fin abrí los ojos, y los muy bastardos me obligaron a trabajar para pagarme la “estancia” una vez pude ponerme en pie, ¡Jajajaja! ¡Brindo por el capitán Urkran, el semiorco más agarrado que haya conocido! ¡Salud!

La gente alza sus jarras en señal de aprobación, Ekaitz aprovecha para aferrar con más fuerza a la mujer a su vera, que le echa una mirada juguetona y le susurra algo al oído. Ekaitz sonríe de forma entusiasta, ella le coge de la mano y parece dirigirlo fuera del local. Se oyen algunos gritos, Ekaitz apura su jarra y saluda a la parroquia con una carcajada que retumba como un trueno. El paseo es corto, y lleva hasta los establos, donde Gerberta (la mula) ronca apaciblemente. La mujer busca con avidez bajo la camisa del aventurero mientras besa barbas en busca de los labios. Ekaitz se deja llevar, hasta que los dos están tendidos sobre la paja. Entonces es cuando se da cuenta de que debe estar borracho, porque le parece estar viendo triple.

El primer golpe ni lo ve venir, le impacta directo en el estómago y le hace resollar como un cachalote en sus últimas. El segundo intenta encajarlo algo mejor, pero deja claro que ese corte en el pómulo no va a sanarse fácilmente. A pesar del alcohol ingerido, Ekatiz ruge mientras se defiende de sus dos atacantes. La intención es doble: por una parte, amedrentar a sus atacantes con la potencia de su grito. Por otra, lograr algo de auxilio de la taberna. La segunda parte del plan no parece tener un gran éxito, a juzgar por el terrible bullicio que sigue llegando de la taberna.

- ¡Leondra, ayúdame mujer!

Hace una rápida batida con la mirada a su alrededor, y cuando la ve en una esquina con los brazos cruzados, con esa sonrisa de suficiencia que antes le había parecido encantadora, entiende que se la han jugado. Su puño se estampa contra la jeta de uno de sus atacantes y siente el crujido de los huesos bajo el mismo. Gruñe con satisfacción. Un golpe en las costillas le devuelve a la realidad, seguida de una patada en la espinilla que al fin logra cabrearle en serio. Se revuelve como un tiburón acosado, patea, pega y hasta muerde a su alrededor en un desesperado intento por librarse de sus atacantes, pero poco puede hacer. Finalmente, su cuerpo queda inerte y su respiración no es más que un débil hilo. Le duele respirar.

- ¡Hijouta! ¡Me ha doto la nadiz!
- ¿No podías escoger uno más fácil, maldita mujer?
- Creo que me ha arrancado un pedazo de la oreja…
- Bah, hombres, siempre quejándoos. Ahí lo tenéis, quieto y tranquilo. Ahora tomad su bolsa y vayámonos, antes de que alguien eche un vistazo.

Lo siguiente es negrura.

Una cuba llena de helada y hedionda agua de pozo le despeja con las primeras luces del sol. El tabernero lo mira con una mezcla de compasión, molestia y divertimiento.

- ¿La princesa salió rana, no?

Ekaitz lo mira un momento, al parecer desorientado, y luego estalla en sonoras carcajadas. El hombre se retira de un salto, visiblemente alarmado por la reacción.

- Maese tabernero, ojalá me despertaran siempre así después de cada paliza, ¡Ay! Kord me de fuerzas, me duele hasta reírme… En fin, creo que lo mejor será que recoja mis cosas y me marche.
- Siento decírselo, pero ayer dejó unas cuantas bebidas a deber. Y por bebidas quiero decir rondas, se empeñó usted en ser muy generoso.

Gerberta lo miraba con vacuo interés. Ya estaba acostumbrada a estas cosas.

- Vaya, pues entenderá que tras el incidente de ayer – solo de pensarlo le dolían hasta los pelos de la barba – estoy sin blanca. Fui robado, por si no lo ha advertido.
- Sí, señor, y lo lamento mucho, pero alguien debe hacerse cargo del gasto.

Ekatiz resopló con resignación.

- Está bien, está bien. ¿Qué la parece si le ayudo con algún trabajo? ¿Leña que cortar, cargar con algo, un par de noches como portero? No se preocupe, lo hablaremos mientras nos tomamos algo. Sabe, esto me recuerda a aquella velada con Gundren Visteoros… - empieza a contar mientras aferra al cohibido tabernero por los hombros y se aleja entre risas y quejumbrosas exclamaciones.
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- Ya lo sé, tendría que haberlos atronado.

Ekaitz habla con Gerberta, que lo escucha con gesto paciente.

- Pero entonces no hubiera sido una lucha justa. O interesante. Además, iban solo a por el oro, y siempre hay más de eso. – añade con una risa queda y los ojos brillantes hacia el norte. – Especialmente en el Valle de Nentir, tengo entendido.

Un trueno resonó a lo lejos, y el sonido atrajo una amplia sonrisa al rostro de Ekaitz Rompetormentas, clérigo de Kord, antiguo marino y aventurero entusiasta.

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