Uno de los enmascarados no aguardó ni un momento más y se lanzó espada en alto hacia Ithal. Este rodó por la nieve, cubriendo su rubio pelo de escarcha, y lanzó una estocada hacia las costillas de su enemigo. No con la
suficiente fuerza, sin embargo, pues el hombre desvío la espada sin demasiado esfuerzo.
Su compañero tuvo más suerte, y mientras Ithal se hallaba entretenido dando
muerte a su oponente, logró alcanzarle en un costado. El
frío le estaba pasando factura,
ya apenas podía mover las piernas y si la
espada se mantenía firme en sus manos era
porque estaba seguro de que el sudor congelado la había unido a estas.
Se encaró jadeante con el hombre
vestido de negro, y observó cómo sus compañeros se disponían a unirse a él, pues sus víctimas habían dejado de moverse,
seguramente por hallarse inconscientes. Retrocedió
lentamente, intentando aproximarse más al calor de la casa
ardiendo, pero no parecía que sus enemigos tuviesen
intención de permitirle calentarse.
Dos de ellos saltaron hacia delante, seguros de ir a darle muerte. Entonces
algo, algo que viajaba a una velocidad realmente terrible, impactó contra la cabeza de uno de ellos. Sonó un crujido, un chorro de sangre salpicó la nieve, y se
desplomó.
- Mal trueno os parta, artalak de mil demonios, ¿Sabéis que hora es?
De la oscuridad de la noche surgió, al resplandor de la casa ardiendo, un gigantesco hombre
de piel pálida y reflejos azulados que
empuñaba una espada mayor que su
brazo. Llevaba unos pantalones, pero caminaba descalzo y sin camisa, y sin
atisbos de que el frío le afectara.
Ithal sonrió. Condenados bárbaros.
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