Karb miró con seriedad el costado sangrante de Ithal. Con un fiero gesto se giró hacia los atacantes, que lo miraban impasibles con sus gélidos ojos. Su espada cayó sobre la nieve fundiéndose con el blanco. Levantó un dedo y señaló a los hombres.
- A ver, ¿quién lo ha herido?
Sin que pareciese que le hiciesen caso alguno, uno de ellos comenzó a avanzar hacia él.
- Me lo tomaré como una respuesta.
Innevin trazó un surco en el aire decapitando al primero que había avanzado. Para cuando sus compañeros se dispusieron a avanzar, el segundo se hallaba con la espalda partida.
Como una tormenta Karb cortó a través de los cuerpos de sus enemigos, la sangre mancilló el blanco de la nieve mientras Innevin cantaba al saborear la vida de sus enemigos. Varias veces las hojas de los asaltantes tocaron los cuerpos del poderoso bárbaro, pero en él apenas parecían los arañazos que un gato pudiera hacerle a un león.
Tan solo un par de minutos después, solo él se mantenía en pie sobre la nieve. Ithal estuvo a punto de aplaudir.
Karb se acercó a Ithal y apoyándose en su espada le preguntó:
- Bueno, ¿y aquí qué ha pasado?
- ¿Ves esos cuerpos de allí? Son el tabernero y su familia. O eso creo. Esos tipejos estaban tratando de raptarlos, y creo que aún están vivos. - respondió el delinés levantándose con la mano aún aferrada al costado.
- ¿En serio? Creí que serían algunos que tú habías matado. Los traeré adentro adentro antes de que mueran de frío. Os heláis con facilidad, los delineses.
- Al menos el fuego este servirá de algo... Avisa también al sacerdote, supongo que será el matasanos de esta condenada villa.
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En poco tiempo, la falta de combustible, la humedad y las bajas temperaturas terminaron por controlar el fuego. Los numerosos cubos de agua que los aldeanos arrojaron sobre el mismo contribuyeron a la causa y, lo más importante, impidieron que el fuego se extendiese a la taberna.
Y en ella se encontraban ahora reunidos Jurgrend, Makel, los dos sargentos de la milicia local y los extranjeros, un artenio, un delinés y (increíble) un surnita.
Jurgrend llevaba el brazo en un cabestrillo; los misteriosos asaltantes se lo habían roto tratando de inmovilizarlo, además de hacerle un feo golpe en la cabeza, que aunado a las lesiones causadas por el bárbaro le daban un aspecto lamentable. Srutis, uno de los líderes de la milicia, tenía también el brazo inutilizado por la pelea contra el bárbaro.
Por su parte, Ithal tenía el costado vendado y las ropas ensangrentadas, y Karb, a pesar de encontrarse en mejor condición que su compañero, cavilaba a ratos, como si le pesase la cabeza, y mostraba también varias heridas, si bien no demasiado graves.
Tan solo Uldar (el otro sargento), Makel y Xeldon presentaban un aspecto decente, a pesar de sus ojeras. Makel hablaba.
- …así que hemos estado sufriendo los ataques de estos hombres durante todo el otoño, y siempre de noche. Al principio solo los veíamos caminar entre la espesura, vigilándonos, pero se fueron envalentonando. Una noche asaltaron la casa de Delares, la raptaron a ella y a sus hijos y colgaron a su pobre marido de las vigas. Siguieron atacando de vez en cuando, algunas familias decidieron marcharse a Erindes hasta que todo se tranquilizara. Encontramos sus cabezas frente a sus puertas a la noche siguiente. Pero ni rastro de sus cuerpos. Tememos que los dejaran a la intemperie, a merced de los cuervos y las árpaves.
Todo el mundo menos Karb, que de hecho presenció la escena sin entender mucho, bajó su cabeza y pareció murmurar algún tipo de plegaria.
- Un par de veces hemos logrado repeler sus ataques, pero siempre a costa de la vida de algún hombre. los túneles del Hogar del Norte se han llenado más en estas últimas semanas que en los últimos diez años... Pero tanta sangre sirvió de algo.
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