Una cosa que me llamó la atención en la ambientación lovecraftiana es que, a pesar de compartir supuestamente universo y línea temporal con la Edad Hiboria de Robert E. Howard, al mayor mal de esta no aparezca en ninguno de sus relatos (estoy hablando de Set, por supuesto). Es probable que sencillamente en la época fuese un primigenio con otro nombre (veo a Nyarlathotep bastante probable), o que (ojalá) fuese definitivamente derrotada por Conan cuando este parte al oeste, pero es poco probable. Pensando en estas cosas me he decidido por crear una secta para estas partidas lovecraftianas con este siniestro y serpentino dios como deidad. Es más, en el mismo se menciona a Conan y algún otro elemento de la Edad Hiboria.
La Secta de Set tiene su origen en el Antiguo Egipto, donde ha sobrevivido como un culto marginal, a veces fundiéndose con la adoración al Faraón Negro. Es, sin embargo, un culto sustancialmente distinto. Su antigüedad es tal que ya nadie recuerda su origen, aunque se sabe que cayó en desgracia hace unos once mil años. Hasta entonces sus sacerdotes dominaban una nación entera, manejando poderosa hechicería, su malévolo dios escuchaba sus súplicas y aceptaba de buen grado los sacrificios (cientos, miles) que se le ofrecían. Y sin embargo, un día dejó de escuchar. Las muestras de su poder fueron cada vez más débiles, los dones concedidos a los que le adoraban cada vez más escasos. Estigia (así se llamaba la antigua nación de este culto) empezó a menguar, debilitada por luchas internas y ataques exteriores. Para cuando sobrevino el segundo cataclismo, apenas era ya una sombra de lo que una vez fue.
Sin embargo, el culto sobrevivió. No todos los conjuros provenían de Set, y en ocasiones sus sacerdotes encontraban respuesta a sus plegarias. Tras miles de años, por fin descubrieron la razón de su ausencia. Set se hallaba cautivo, un mortal había acudido hasta él cuando se disponía a cubrir el mundo con su sombra y lo había derrotado. Había construído un trono sobre el dios y ahora montaba guardia sobre él, de manera que nunca pudiera ser libre. El nombre de este mortal era Conan, héroe entre héroes.
A partir de entonces el culto redobló sus esfuerzos y volvió a crecer. Ahora que sabían que su dios no había muerto, si no que se hallaba preso tomaron su liberación como única meta de sus vidas. La promesa de la liberación de un dios agradecido atrajo también a muchos nuevos fieles, y la secta recuperó parte de su antiguo esplendor.
Hoy en día tienen bases en gran parte de occidente, aunque es en oriente donde son más poderosos. Su sede central sigue estando en Egipto, en algún lugar del desierto. Tienen numerosos contactos con anticuarios y museos, y procuran recuperar toda reliquia de su dios que caiga en sus manos. De cada una de ellas extraen tanto poder como pueden para devolvérselo de alguna manera a Set, con la esperanza de darle fuerzas suficientes para derribar el trono bajo el que lo mantienen cautivo.
En los últimos años han ido ganando en audacia, dicen que tienen ahora un nuevo líder mucho más cruel y poderoso que los anteriores, y que ha sido marcado por el mismo Set, renacido desde los tiempo antiguos: Toth Amon. En susurros los fieles aseguran que esta es una señal de que la liberación de su dios está cerca, que Conan será devorado, y los hechiceros de la Gran Serpiente volverán a dirigir el destino del mundo con sus negras artes.
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