¿Sabéis cuál es una de las partes que más me gustan de un pj? Exacto.
En la mayoría de los juegos de rol, los pjs son personas que viven al límite, en un mundo violento donde la muerte y el combate están a la orden del día. Y como todo el mundo sabe, un guerrero sin cicatrices no hay quien se lo tome en serio. En muchos juegos esto es difícil, o ni siquiera se contempla. En D&D, por ejemplo, pues caer mil veces, pero nunca tendrás secuelas graves. Es más, a partir de cierto nivel habrá conjuros que hasta te puedan devolver miembros u órganos perdidos. Claro que en un mundo de ese estilo tiene sentido, pero se pierde cierto romanticismo.
Tengo por costumbre, tanto como jugador y como máster, que cada vez que un personaje queda a las puertas de la muerte, se gane una cicatriz (sí, que se la GANE). Esta puede ser simplemente una marca de la herida, o lesiones más graves, aunque rara vez tienen efectos mecánicos en el juego. Como máster, obligo a los jugadores a apuntárselas en algún lugar de su ficha para que las tengan siempre presentes. Como jugador, yo mismo me encargo, y de vez en cuando las releo y disfruto recordando esas épicas batallas (o accidentes, en fin). Las cicatrices se convierten en medallas, y también un recordatorio de la mortalidad del personaje.
Hay juegos que no serían lo mismo sin cicatrices. Por ejemplo, en la actualidad estoy llevando una partida de Warhammer de la que creo haber hablado ya en otra ocasión. Creo que no han sido más de cinco partidas, y los personajes están ya plagados de heridas. La verdad es que los enfrentamientos violentos han sido más bien escasos, pero cada uno de gran intensidad, donde la vida de los personajes ha estado pendiendo de un hilo. En todas. TODAS. Incluso aquella vez que cuatro matones los acorralaron en un callejón (huyeron al sufrir la primera baja, pero dejaron finos a dos de los pjs). Cada batalla tenía su razón de ser, no se iniciaban a la ligera (bueno, casi nunca), y de casi cada una han salido con al menos una cicatriz.
Uno de los personajes es un mediano alborotador. Ha perdido un ojo, quemado ya un punto de destino que no ha impedido que le deje una horrenda cicatriz que le cubre el pecho entero. El otro es un soldado norlandés, apenas un niño (16 añitos), que perdió también un ojo, se ha quedado algo cojo tras saltar por una ventana y creo recordar que tenía una bonita cicatriz en las costillas, recuerdo de una espada. El último es un escriba (ahora aprendiz de hechicero). Sus cicatrices físicas son más escasas, un brazo algo tocado después de que se lo destrozasen de un porrazo y la cara marcada, si no recuerdo mal. Pero, y ahí está lo interesante, el señor se empeñó en aprender magia en la Universidad de Altdorf. Después de deshacerse de una pequeña fortuna y dedicarle mucho tiempo (un invierno entero) ascendió al rango de Aprendiz. Pero el poder no vino de forma gratuita. La ganancia de 5 puntos de Locura y que se le quedasen los ojos de color dorado (más que reconocibles y clara marca de hechicería) le ha traído ya muchos problemas.
Cada suceso, cada batalla, ha ido marcando a los personajes, llevándose una parte de ellos, o añadiéndoles algo más. El carácter del personaje no está ya solo en sus vivencias, si no que se puede leer su historia en sus heridas. Estos tres personajes, en la actualidad, pueden efectivamente irse a una taberna y empezar a señalar cada una de sus marcas, y de cada una extraer una historia. Son aventureros, aventureros de los de verdad.
Y ahora les toca irse a Sylvania. Si no vuelven con al menos una cicatriz más cada uno, algo habré hecho mal.
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