El otro día pasó una cosa curiosa. Estaba dirigiendo una partida del Anillo Único, una de las presentes en Relatos de las Tierras Ásperas. Los personajes tenían que escoltar a una dama elfa, una noldorin de la casa de Gil-Galad, hasta el Paso Alto, y tras varios peligros, lo habían conseguido. Solo tenían que pasar una noche y los enviados de Rivendel recogerían a la dama Irimë para llevarla hacia el Oeste. Pero durante la noche sufrieron el ataque de una terrible criatura de la Sombra, un espectro. Irimë no era lo bastante fuerte como para hacerle frente sola en su reino de penumbra, así que arrastra a la compañía a un sueño desde donde podrán luchar contra el espectro, aunque no de la forma convencional.
Los personajes se vieron en otro tiempo, hace unos quinientos años, cuando el poder de Dol Guldur volvía a crecer, y vieron la masacre y muerte de una población de hombres del Norte. Luego fueron arrastrados a las mazmorras de Dol Guldur, una experiencia horripilante, aún sabiendo (lo averiguaron rápidamente) que todo era un sueño. Allí tenían que hacer frente no a enemigos de carne armados con acero, como estaban habituados, si no a los engaños y trampas del enemigo, al hambre, el dolor y la desesperación. Uno de los personajes supo mantener el tipo, el elfo no abandonó la esperanza y desechó todas las tentaciones que el Enemigo le envió. Los otros dos cayeron bastante rápidamente. Cometieron errores, se dejaron llevar por lo que resultaría más cómodo, intentaron vencer en astucia a su enemigo, y fracasaron. Por supuesto, de sus actitudes dependía en buena medida si Irimë podría derrotar al espíritu. Y fracasaron. La luz de Irimë le fue arrebatada por el negro espíritu, y cayó como una muñeca rota a los pies de los personajes con las primeras luces del día. Cuando llegaron los hijos de Elrond, se la encontraron como muerta, viva pero sin conciencia ni ánimo. Fría e inmóvil.
Creo que es la primera vez que presencio una derrota semejante en una partida. Generalmente, de una manera u otra, los personajes siempre se las arreglan para salir indemnes, parece que siempre hay una oportunidad más. Y en la mayoría de los casos, la derrota significa la muerte. Pero los personajes no habían muerto, habían fallado en su cometido, y ahora tenían que vivir con esa vergüenza. El elfo, durante la fase de comunidad, decidió acompañar al cuerpo de Irimë hasta los Puertos Grises, y el jugador me dijo que estuvo a punto de declarar que allí terminaban las andanzas de Órolin, que marchaba al Oeste pues la pena era demasiado grande. Los otros, un mediano y un hombre del bosque, tampoco estuvieron mucho más animados. Parecía que, por una vez, los puntos de sombra ganados por los personajes se reflejaban en sus jugadores.
No puedo decir que acabara contento, sentía una sensación de amargor en la boca, pero sí que acabé satisfecho. Los personajes habían aprendido, por las malas, que no eran solo sus vidas las que estaban en juego en la lucha contra la Sombra. Lo habían aprendido, y les había importado. La verdad es que creo que eso es todo un logro, y dice algo sobre la calidad de los jugadores que se sentaron en la mesa ese día. Esa sensación, de derrota, de pérdida, es un punto importante en la obra de Tolkien, y me alegra haberla podido traer a la mesa. Así mismo, queda el reverso, y es que siempre hay esperanza, siempre hay algo más por lo que luchar. Los personajes siguen adelante con sus andanzas, ahora quizá más conscientes de lo que hay en juego, más conscientes de su propio peso en La Tierra Media, y de que a los más peligrosos de los enemigos no se los derrota con acero.
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