Paseaba en silencio por las calles ahora vacías en busca de
una presa que valiera la pena. Lethalon detestaba el alcohol, líquido infecto
que hacía perder las facultades cognitivas y que lo privaba a uno del bien más
preciado que posee: el sentido común. El elfo había vivido algunas aventuras, y
tenía muy claro que no había misterio alguno en seguir con vida con aquel estilo
de vida: mantente lejos, deja que otros vayan primero y corre cuando las cosas
se pongan feas. El oro no significaba nada para un muerto.
Finalmente encontró algo prometedor: Emporio de Fabio. Una
tienda. Sacó su juego de ganzúas y se dispuso a superar esta sencilla barrera.
La barrera, sin embargo, parecía resistirse, la maldita. Al final recordó las
sabias enseñanzas de su amigo enano y tras un par de fuertes empujones logró
echar la puerta abajo. Escuchó con atención un segundo, por si acaso su
intrusión había sido detectada. Nada, silencio. Bien.
En silencio se deslizó en el interior del comercio y comenzó
a registrar el lugar, tan silencioso como una sombra. En la propia tienda no
había más que azadones, cuerdas, picos, algunos bienes traídos de Robleda...
nada que fuese digno de robarse, la verdad. Sin embargo había una puerta
cerrada. De nuevo volvió a sacar las ganzúas, y de nuevo acabó echando la
puerta abajo, lanzando pestes y maldiciendo al maldito gnomo que le había
vendido esas ganzúas de mierda (evidentemente la culpa era de las ganzúas). De
todas maneras, el sitio estaba bastante mejor. Parecía ser el almacén, había
unas escaleras que subían hacia el piso superior, donde probablemente el tal
Fabio viviría. Intentando moverse con el máximo silencio posible, Lethalon
recorrió el almacén en busca de algo de valor. Su sangre se heló por un momento
al escuchar el sonido del vidrio roto y el sentir de algo al partirse bajo sus
pies. Efectivamente, sin advertirlo había pisado un magnífico espejo y lo había
partido. Con rabia escupió al suelo, eso eran casi cincuenta monedas de oro. Y
siete años de mala suerte, que por mucho que no fuera más que una superstición,
en un mundo mágico a veces bien valía hacer caso a las supersticiones.
Resignándose a su mala suerte, continuó explorando... y tuvo
que reprimir un grito de alegría al encontrar finalmente un auténtico tesoro.
Un catalejo. Aquello solo valía una fortuna, casi mil monedas de oro. Resultaba
curioso que aquel Fabio tuviese tamaña maravilla en su tienducha, un aparato
traído desde Neferu y Visirtán, ideado por la ciencia de sus astrónomos y
magos. En Reino Bosque pocas eran las personas capaces de construir uno. Sin
dudarlo ni un instante se lo guardó en su bolsa, teniendo buen cuidado de que
no se partiera ni corriese riesgo alguno. Encontró también un cofre de hierro
cerrado con un buen candado. Esta vez las ganzúas no le fallaron, y pudo
llevarse su contenido. Unas cincuenta monedas de oro, seguramente los ahorros
de aquel pobre hombre. Bueno, Lethalon iba a necesitar más ese dinero, las pociones
y las ganzúas no salían precisamente baratas.
Ufano y satisfecho por el trabajo de esa noche, Lethalon se dispuso a
regresar junto a sus camaradas rápidamente, no fuera que acabaran notando su
ausencia y comenzaran a sospechar. Ya se alejaba, en silencio, como siempre,
cuando escuchó algo moverse por la calle. El tipo de sonido era exactamente el
que haría alguien que no querría ser escuchado. Y no le gustó ni un pelo. Se asomó
a la calle con el arco preparado, y enmudeció de golpe al ver a un grupo de
goblins armados hasta los dientes que se deslizaban por la oscuridad camino a
la taberna.
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Hablemos de Lethalon. Como habréis observado, aunque se trata de un elfo, sus talentos son de ladrón. Esto se debe a que a pesar de sus orejas puntiagudas, es esta su clase. No es capaz de lanzar conjuros y su habilidad en el combate es discutible (además de que su dado de vida es el d4, como con los ladrones). Llegué a este acuerdo con el jugador porque quería llevar a un elfo, pero que fuera un ladrón. La única ventaja que su raza le ofrece es la visión en la oscuridad.
Lethalon es un elfo silvano, o sus padres lo eran. Él fue criado en una ciudad. Como elfo, el resto de los habitantes lo percibían con desconfianza y en ocasiones temor. Hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir, robó todo lo que pudo, mató cuando era necesario, y desarrolló una implacable paranoia que es sin duda su mejor habilidad como aventurero. La vida en las calles y su ocupación como ladrón le han llevado a detestar la autoridad, en cualquiera de sus formas. Guarda una buena relación con los guerreros y demás fauna enfundada en metal, ya que suelen interponerse entre la gente con metales afilados y él.
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