Nadie en la taberna esperaba aquello, y de no ser por el
grito de aviso de Lethalon, podría haber sido mucho peor. La puerta se vino
abajo en el momento en que una flecha pasaba sobre la cabeza del primer goblin,
fallando estrepitosamente. La gente del interior, borracha perdida, apenas
había tenido tiempo de hacerse a la idea de que los atacaban. Grom blandió su
hacha, tratando de acertar a la primera de aquellas verdosas bestezuelas, pero
lo único que consiguió fue herir a uno de sus compañeros de bebida. Isidro tuvo
más suerte, partiendo en dos a uno de los atacantes, mientras los demás
buscaban desesperados sus armas. La mayoría de los parroquianos echaron a
correr en cuanto tuvieron la oportunidad. Bebidos y sin armas ni protecciones,
no resultaba aquel un lugar seguro. Algunos tomaron sillas o botellas e
intentaron hacer frente a los goblins, aunque apenas si lograban estorbarlos.
Ozymandias se encontraba en ese momento algo achispado, pero
fue capaz de reunir la concentración suficiente como para lograr emplear uno de
sus conjuros: uno de los goblin cayó fulminado por un rayo de energía arcana,
emitiendo un lastimoso chillido al caer. El paladín se lanzó también hacia la
puerta para detener la marea de goblins, pero solo consiguió herir a Isidro,
que le lanzó una funesta mirada y lo apartó de un empujón. En el tiempo en el
que Isidro evaluaba la gravedad de su herida, el cuchillo de un goblin se clavó
en su pierna, aunque la malvada criatura pagó pronto por ello.
La lucha se desarrolló de una forma absolutamente demencial,
los goblin, al menos una docena de ellos, saltaban y acuchillaban como
dementes, mientras los parroquianos trataban de darles con sus improvisadas
armas. Isidro, más sereno que el resto, conseguía acertar la mayoría de sus
golpes, y cada uno acababa con un enemigo. Por su parte, los aventureros se
encontraban en un pésimo estado, y la mayoría de sus golpes acababan cayendo
sobre parroquianos, otros aventureros o el muy sufrido Isidro. Lethalon hacía
lo posible con su arco, pero tan solo logró acertar una sola flecha... en la
armadura de Isidro. El mago agitaba su espada con escaso control con la
esperanza de acertarle a algo, dejando muy claro que había que dar gracias
porque al menos supiera por donde coger la espada. Cuando finalmente la pelea
llegó a su fin, estaban la mayoría heridos, doce goblin muertos, e Isidro al
borde de la muerte, más por heridas de sus compañeros que por las de los
goblin. Miraba a los aventureros con un odio intenso, y acariciaba su espada
preguntándose si tendría fuerzas para un asalto más. No parecía difícil,
seguramente los aventureros acabarían por matarse entre ellos.
- ¿Y estos
de donde han salido? - preguntó Ozymandias.
- No lo sé
pero no me gusta un pelo. Puede que fueran parte de la banda de los trols, sus
secuaces. Tendremos que hacer una visita a las cuevas del Tito de todas
maneras... - Isidro.
Partieron a la mañana siguiente, después de descansar unas
pocas horas y armarse como debían. Isidro no pudo acompañarlos esta vez, sus
heridas habían resultado demasiado graves. Considerando cómo se habían
desenvuelto en la última batalla, esto no ofreció ninguna tranquilidad a las
Espadas de Robleda. Lethalon iba en cabeza, atento a cualquier amenaza, y sus
compañeros, resacosos y aún magullados, lo seguían.
No había camino alguno hasta las cuevas, tuvieron que andar
campo a través, cruzando sobre guijarros, terraplenes, e incluso charcas. No
les llevó más de cuatro horas de camino, sin embargo, tener a la vista las
cuevas. No les gustó que a su entrada hubiera un hobgoblin, al parecer montando
guardia. Si había allí un hobgoblin eso quería decir que podían estar mejor
organizados de lo que habían esperado. Se acercaron lo bastante sin llegar a
descubrirse, y una certera andanada de flechas acabaron con el vigía antes de
que este pudiera dar la alarma.
Tenían un plano, un esquema, de las cuevas. No eran demasiado
grandes, así que tendrían que andar con cuidado pues el menor ruido podría
alertar a todo habitante que allí se encontrara. Todos miraron con aprensión al
enano, que escupió al suelo.
- El sigilo
es para cobardes.
A pesar de todo consiguieron hacerle entrar en razón. No
sabían lo que en esas cuevas se encontraba, convenía ser precavidos. Pero no
dieron más que un par de pasos hacia el interior de las cuevas, cuando todos
pudieron escuchar perfectamente el sonido de unos cascabeles. Maldiciendo,
miraron todos hacia sus pies, solo para encontrar un hilo entrabado en ellos.
Maldita sea su suerte.
Los gritos de los goblinoides no tardaron en oírse. Solo Grom
parecía feliz.
La horda de goblins salió en manada, con los hobgoblins en la
retaguardia tratando de gobernar lo ingobernable. Sus chillidos y fétido olor
aturdían a las valientes Espadas de Robleda, que veían próximo su final. Frente
a las cuevas, con una peligrosa pendiente a sus espaldas, los aventureros
hicieron frente a las criaturas con todo lo que tenían. Buena parte de sus
atacantes quedaron neutralizados cuando con asombrosos reflejos Ozymandias
invocó un hechizo de sueño sobre ellos. Pero no era suficiente. Los goblins se
arrojaron sobre ellos como una jauría de perros hambirentos. Las armas de
algunos se quebraron contra las armaduras debido a la violencia de la
acometida, pero eso no impidió que siguieran atacando aunque fuera con sus dientes.
Lethalos se retrasó convenientemente (cerca de una ruta de escape, nunca se
sabía) y comenzó a disparar su arco, esta vez con mayor fortuna, aunque su
puntería seguía resultando mucho menos eficaz de lo que le gustaría. Las
sorpresas lo descolocaban. Grom rugía feliz en medio del maremágnum, rebanando
con su hacha los verdes y frágiles cuerpos de sus enemigos, las vísceras lo
redeaban mientras el paladín, Al-Tazad, hacía lo posible por cubrirle las
espaldas, y de paso cubrírselas a él mismo. El mago no tardó en lanzarse
también a la batalla espada en ristre, sus poderes ya agotados, gritando como
un energúmeno. Tuvo suerte, varios de sus golpes acertaron donde debían.
Los hobgoblin fueron unos enemigos algo más duros, cuando los
goblin echaron a correr ante las muchas
bajas sufridas, ellos intentaron aún traerlos de nuevo a la lucha, pero en
vano. Rápidamente cayeron también bajo los filos de sus enemigos, aunque no sin
antes provocarles algunas heridas. La batalla había terminado, y todos estaban
cubiertos de heridas y magulladuras.
- ¿Lo veis?
Mucho más sencillo que tener que buscarlos uno a uno. - dijo Grom, ufano.
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