Con los ojos algo más acostumbrados a la oscuridad, el resto
de la compañía pudo al fin comenzar a distinguir las maltrechas formas que se
acercaban desde el fondo del paso. Aquellos, desde luego, no parecían demasiado
unos trols. Al menos en figura.
Horriblemente deformados, uno de ellos poseía un brazo que
era casi la mitad de su masa total, mientras que otro poseía, de rodilla para
abajo, una pantorrilla monstruosamente enorme. La cabeza de uno igualaba casi
el tamaño de su tronco, y la altura de ninguno alcanzaba los dos metros. Estaba
claro de que los trols no habían tenido tiempo de formarse del todo a partir de
las piezas que los aldeanos habían dejado esparcidas por el bosque, pero el
ritmo al que se habían regenerado resultaba asombroso, incluso para tratarse de
unos trols. Sin embargo, nadie pareció advertirlo.
- Bien,
preparaos.
Los trols se acercaban, gruñendo hambrientos, golpeándose
entre ellos de vez en cuando, arrastrando sus extremidades antinaturalmente
grandes por el pedregoso suelo. Los aventureros se encontraban en lo alto de un
cerro, esperando, rezando a los dioses para que no los detectasen antes de
tiempo. Los trols se acercaron aún más con sus graves gritos, hasta que
estuvieron justo debajo de ellos.
- ¡Ahora! - gritó
Al-Tazad, sus ojos encendidos ante la perspectiva de dar muerte a tan infames
criaturas. Se volcaron los calderos y al aceite bajó raudo a empapar a los
monstruos. Los trols aullaron de sorpresa, y enfurecidos se giraron en la
dirección desde la que había caído el aceite. En un momento se giraron y
comenzaron a ascender por la pendiente dispuestos a descuartizar a aquellos seres
que habían osado empaparlos.
- ¡Rápido,
las antorchas!
Tardaron unos momentos en lograr encender el fuego, pero a
continuación las antorchas volaron hacia los aceitosos trols. Algunas cayeron
lejos del blanco, pero poco importaba, bastaba con que una hiciera diana. Los
trols tuvieron un breve momento de lucidez, entendiendo que habían caído en una
trampa, pero de poco les sirvió. El fuego se extendió entre ellos rápidamente,
y sus gritos de dolor llegaron hasta Villanías, donde los aldeanos se agrupaban
circunspectos en la taberna de Tragoslargos, que levantaron las vistas de sus
jarras con miedo al escucharlos.
El resto de la batalla fue rápida. Mientras los trols ardían
lentamente (todos saben que los trols poseen abundantes grasas lo que los hace
particularmente vulnerables al fuego) los aventureros se dedicaron a lanzarles
piedras y hachas desde las alturas para ralentizar su llegada. Alguno logró
alcanzar la cima, ya moribundo y arrastrándose, y fue rápidamente muerto. La
batalla no fue breve, pero no hubo que lamentar muertos entre los aventureros,
y solo se sufrieron algunas quemaduras.
Grom refunfuñaba en el carro durante el regreso a Villanías,
apenas había tenido tiempo de emplear su arma, Lethalon se mostraba contento
con cómo había resultado la operación (para él un combate que no llegara al
cuerpo a cuerpo era un buen combate) y los demás pensaban ufanos en la
recompensa. El viaje transcurrió sin incidentes, y fueron recibidos por un
grupo de aldeanos armados con antorchas y horcas, que no pudieron evitar
estallar en gritos de júbilo al ver regresar a los héroes.
Se celebró una gran fiesta esa misma noche, con alcohol a raudales,
historias, canciones y peleas (la mayoría empezadas por el aún sediento de
violencia Grom). Ozymandias bebía discreto en una esquina mientras charlaba
tranquilamente con un par de jovencitas y hacía un relato exagerado de cómo sus
mágicos poderes los habían ayudado a todos (bien que se guardó de decir que
tales poderes por ahora consistían en un único conjuro). Incluso el paladín
disfrutaba, de forma más comedida, de la fiesta. Lethalon, en cambió, no estaba
allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario