Voy con retraso, pero la entrada de hoy es ya muy larga. Mañana pondré los que me faltan.
Describe una localización para un juego de rol que sea importante para tí
De estas tengo un par...
Por un lago, digo lado, la posada de la Flecha Negra, en la ciudad de Esgaroth, donde me gusta empezar con mis partidas del Anillo Único. Se trata de una taberna ficticia bautizada así por la flecha que mató a Smaug el Terrible, sobre cuya barra cuelga una réplica en madera tallada de la calavera de la bestia (si bien no del mismo tamaño). Se encuentra en el barrio de los Mercaderes, la frecuentan principalmente aventureros, y no es inusual ver en ella incluso a enanos y elfos compartiendo mesa. Es famoso su cochinillo asado y su trucha al horno, y se sirven toda clase de bebidas, aunque son las favoritas la cerveza de la región y el hidromiel que traen desde tierras beórnidas, gracias a los contactos del buen Haggan, propietario de la taberna y posada. Cualquier personaje marcial puede pedir sin miedo un plato de guiso o trucha, pero solo los prósperos o más ricos podrían permitirse el cochinillo. Los frugales tendrán que conformarse con algo de pan, y leche o queso.
Consta de dos pisos, en la planta baja los huéspedes comen y se calientan gracias a los braseros situados por toda la sala, y se encuentra la barra y el acceso a la bodega tras ella. Las cocinas están también aquí. La mujer de Haggan, Brida, suele ser la encargada de preparar los guisos, y son varios los camareros (y camareras) que atienden las mesas. Haggan y Brida no tienen aún hijos, y muchos dicen que ya no los tendrán, aunque eso no parece importarles demasiado. La feliz pareja suele aprovechar el calor de las brasas de la cocina para calentarse por las noches, y convierten la cocina en su dormitorio. Si la posada tiene habitaciones libres, sin embargo, las ocupan sin reparo. En la segunda planta se encuentran las ocho habitaciones de huéspedes. Cuatro de ellas son comunales, diversas literas se apilan en ellas, pudiendo dar cabida hasta a ocho huéspedes. Las literas son obra de un amigo enano de Haggan, que se las dejó a buen precio. Estas habitaciones están al alcance de casi cualquiera, incluso de aquellos con un nivel de vida frugal. Otras dos habitaciones son algo más íntimas, pudiendo dar cabida a tres huéspedes cada una, y un solo huésped próspero puede pagar lo adecuado para tener una sola habitación para sí (que sin embargo es algo superior a lo que pagarían tres personas por ocuparlas). En estas las camas son cómodas, aunque no particularmente agradables, y cada cama tiene su propio y pequeño baúl. Brida custodia siempre las llaves ella misma, y los huéspedes deben entregarlas antes de salir de la posada. Las otras dos habitaciones están reservadas para "gente de bien". A menudo las ocupan enanos que pasan por la ciudad por negocios y descansan entre una misión y otra, que son los que más fácilmente poseen los dineros necesarios para alquilarlas. Un personaje rico podría tener una de estas habitaciones para sí solo, pero lo habitual es que la compartan dos prósperos. Por supuesto estas habitaciones vienen incluidas con todo lo necesario para el aseo personal, incluyendo jabón y toallas limpias.
La Flecha Negra es un estupendo lugar donde escuchar rumores, encontrar compañeros de aventura o tomar un pequeño descanso. Haggan conoce a buenos tasadores en la ciudad (muchos enanos) que pueden dar un buen precio por los tesoros encontrados en el camino, y siempre tiene cerca algún chiquillo presto a salir corriendo a la entrega de algún recado. El ambiente es por lo general agradable y tranquilo, se fuma mucho y se bebe con moderación, y ni Haggan ni Brida permitirían jamás una pelea en su establecimiento. Haggan en particular siempre agradece como presente raros licores traídos de tierras lejanas (en estos temas es un auténtico erudito) y hierba de fumar, especialmente si es de la Cuaderna del Sur. Algunas noches, dos o tres veces a la semana, se pasa un hombre anciano que cuenta una historia que todos escuchan. Esto da pie a que otros se levanten y cuenten también alguna historia, o canten una canción, y aunque la mayoría han sido ya oídas muchas veces, siempre son bienvenidas. El hombre anciano suele contar dos o tres, y por lo menos una vez a la semana se refiere a la derrota del dragón a manos de Bardo, gracias a la Flecha Negra, contándola con tanta maestría que muchos de los supervivientes de aquella tragedia no pueden contener las lágrimas...
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Bien, la segunda es un rincón de la ciudad de Robleda, en un mundo muy lejano (o no tanto) al de la Tierra Media. Es más que un rincón, es un edificio. Algo viejo y destartalado, con la urgente necesidad de una mano de pintura, pero aún sólido y robusto, de planta rectangular, hecho con ladrillo. Cuenta con dos pisos más una bodega y un pequeño patio trasero. Nada más entrar se encuentra uno con un amplio recibidor, donde los restos de lo que en otro tiempo fue una alfombra descansan enterrados en barro. A la derecha, casi en la entrada se encuentra la cocina, que sirve como comedor, y por una portezuela en la misma se accede a una escaleras que descienden al sótano, que es bodega y despensa. Un perro de imponente aspecto dormita junto al hogar. La despensa abunda siempre en carne, pan, quesos de toda clase y, por supuesto, licores de toda clase (con especial mención a la cerveza enana y al vino élfico, junto con exóticas bebidas llegadas de tierras sureñas). Hacia el fondo y a la izquierda desde el recibidor se llega a un pasillo. Una vez entrado en él, al fondo hay unas escaleras que ascienden hacia el segundo piso, mientras que a la izquierda una puerta lleva a una sala de tamaño similar a la cocina. Esta sala se encuentra llena de toda clase de extraños objetos, que sus dueños llaman orgullosamente trofeos. La calavera de un dragón, el aguijón de un draco, las cabezas de un ettin, el ojo de un aboleth, las pinzas de un ankheg, colmillos de araña, libros de conjuros casi deshechos que pertenecieron a malignos hechiceros, collares tribales orcos, armas de formas extrañas... prácticamente todo lo imaginable. El orden podría ser sin duda mejor, pero la colección es en sí impresionante, de tal forma que no queda espacio para ningún otro mueble en la sala, salvo aquellos que sirven de apoyo a los trofeos.
Subiendo las escaleras se llega a un nuevo pasillo, de idéntica longitud al de la planta inferior (es decir, no mucha) pero con dos puertas a la derecha, en lugar de una sola y a la izquierda. Estas dos puertas dan a dos dormitorios no muy espaciosos y bastante impersonales. En uno puede vislumbrarse un mayor orden y limpieza, cierto, así como un símbolo sagrado de Moru que cuelga sobre el cabecero de la cama. Una coraza abrillantada yace en una esquina, y varias armas se exponen en una de las paredes, siendo la mayoría distintas hachas. La cama resulta también algo más corta y ancha de lo que es habitual. La otra parece vacía casi por completo, pero sin duda si se registrasen a fondo suelos y paredes, se hallaría más de una sorpresa... Cosa curiosa, en ninguna de las dos habitaciones parece haber fuente de luz de ningún tipo, ni velas, ni lámparas, ni antorchas. Las habitaciones gozan de ventanas que dan a la calle. Abandonado el pasillo hay un espacio algo más amplio y una nueva puerta a la derecha. Esta lleva a una biblioteca sorprendentemente bien surtida, en la que se encuentra también un escritorio con papel, pluma y tinta sobre él. El lugar transmite calma, y las amplias ventanas ofrecen bastante luz durante las horas del día. Es evidente que se trata del lugar de trabajo de alguien, y a juzgar por los arcanos símbolos que cubren los papeles, debe tratarse de un mago. Desde el espacio abierto, que posee una ventana que da al patio, hacia la derecha, hay un nuevo pasillo, este con cuatro puertas: dos a la izquierda y dos a la derecha. Una de las puertas de la derecha lleva a lo que parece ser una armería o almacén. Diversas armaduras se exponen en panoplias, las armas se apilan en cajas y provisiones y materiales de todo tipo descansan por doquier, algunos en botellas, otros en bolsas. Un mago percibiría sin duda las vibraciones mágicas que muchas de estas armas y herramientas desprenden. En algunos cofres grandes y seguros, se amontonan las monedas, amenazando con rebosar. El resto de las puertas llevan a habitaciones que resultan similares a las anteriores. Estas sin embargo parecen mostrar que ha habido bastante más movimiento en ellas, pequeñas incongruencias se apilan por la habitación, recuerdos de viejas vidas que en algún momento pasaron por ellas para no volver.
En el patio no parece haber más que barro, y el perro que a ratos acude al lugar a desahogarse o meramente olisquear. Pero aunque es un secreto muy bien guardado, nosotros sabemos que en algún lugar del mismo hay una entrada al almacén secreto de los aventureros que en esta casa habitan, el lugar donde se guardan las auténticas riquezas. Pilas de oro, plata y platino, objetos mágicos que maravillarían hasta al más poderoso de los magos y toda clase de portentos y maravillas.
Así es el hogar de las Espadas de Robleda.
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