lunes, 4 de septiembre de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo V.3) - Fin del Capítulo V

La tormenta amainó, los cielos seguían cubiertos por el perenne gris de la tierra giruzkarina. Todo rastro de buen humor o fanfarronería habían desaparecido, sustituidos por un callado terror. El contramaestre recibió las órdenes del capitán en su camarote, y las transmitió a la tripulación: volvían a Tur Ukar. Los marineros se pusieron con sus labores, pero Ator se encontró ocioso, pues ni sabía de navegar ni tenía aún asignada posición ninguna más allá de la vanguardia que sólo correspondía a la batalla. Era aún más desconcertante, cuando el barco sobre el que se encontraba era como ningún otro en el que hubiera estado, o visto, anteriormente. Pudo advertir que la mayoría de los piratas mostraban también ciertas dudas al manejar la embarcación, y que a menudo se detenían para preguntarse los unos a los otros si tal o cual cosa iban de esta u otra manera.

No tardó en empezar a llover, pero una llovizna normal y corriente como las que eran tan habituales en Giruzkar, y no una de las furibundas tormentas que el barco de velas rojas parecía capaz de conjurar. Ator pronto aprendió que el anterior no había sido el único abordaje del barco de velas rojas en los pasados días. Otra embarcación había caído bajo las garras de los piratas de Anbisen, lo que había dejado un generoso botín en telas y tintes. Ahora se disponían a regresar a Despojos para venderla, pues eran muchos los comerciantes sin escrúpulos o criminales oportunistas que acudían al puerto pirata en busca de buenos tratos y ofertas. Era sabido que algunos incluso vendían un cargamento y luego contrataban a los piratas para que lo saqueasen, y así poder volver a hacer negocio con la misma.

Cuando llegaron al puerto de Tur Ukar, el terror que se les había inspirado a los piratas el día anterior no se había disipado del todo (nunca lo haría), pero había remitido lo bastante como para que gritos y gestos de celebración sonasen entre ellos. Algunos incluso se atrevieron a fanfarronear sobre lo que harían con su parte del botín. Mujeres y vino, principalmente; la mente de un saqueador no suele brillar por su originalidad de pensamiento.
  • No se hará nada de eso.
Anbisen estaba de nuevo sobre el puente. Los brazos cruzados sobre su portentoso pecho. La mirada vacía, de tiburón y carnicero, mirando a su tripulación.
  • No hay descanso para los cobardes. Axtar y Gillia llevarán la mercancía y negociarán el trato. Los demás permaneceréis aquí, hasta que volvamos a zarpar y volváis a demostrarme que sois algo más que ratas de cantina.
No hubo protestas, ni maldiciones. Las gaviotas chillaban sobre una tripulación callada.

Por supuesto, ahora que Ator había resuelto el misterio del barco de velas rojas y las tormentas que azotaban las costas giruzkarinas, no tenía intención de permanecer ni un instante más en aquella nave regido por un demonio. Estaba seguro de que Ilais hubiera ideado un plan de fuga perfecto, o de que Flecha hubiera conseguido que la tripulación se volviera contra el mismo Anbisen. Pero él no estaba hecho para sutilezas ni discursos. Cuando llegó la noche, y Despojos se encendía como un enjambre de luciérnagas dementes, Ator se dirigió a la cubierta. Unos vigías se aseguraban de que la prohibición de Ormzar Anbisen se respetara, aunque a decir verdad no hacía falta ninguna: nadie sería tan necio, ni temerario, como para desafiarlo. Así que los vigías se paseaban con las lámparas soltando amplios bostezos, y mirando más a menudo hacia el camarote del capitán que a sus alrededores. Alguno incluso le lanzó una mirada de sospecha, pero cuando se asomó a la borda y realizó el gesto de bajarse los calzones, lo dejaron tranquilo. Ator miró una última vez a ambos lados para estar seguro, y saltó.

A pesar de que el barco de velas rojas era más bajo que los típicos barcos giruzkarinos, el impacto contra el agua fue sonado. Al momento se escucharon gritos en la cubierta y la campana empezó a sonar poniendo en alerta a todo el barco. Un par de ballestazos se dirigieron a la oscuridad con la vana esperanza de acertar al fugitivo, pero en balde. Con largas y poderosas brazadas, Ator se impulsó hasta uno de los embarcaderos, y consiguió izarse hasta los podridos maderos. Empapado y jadeante, miró hacia la embarcación que acababa de abandonar una última vez, y empezó a recorrer los embarcaderos de Despojos en busca de un refugio.


  • Esa misma noche me asaltaron tres veces, una de ellas un puñado de críos que estuvieron a punto de sacarme los ojos con unos pinchos que los muy desgraciados se atreverán a llamar puñales. Al final, con las primeras luces del amanecer encontré este sitio, y me pareció tan bueno como cualquier otro. - echó una mirada alrededor - Incluso mejor.
  • ¿Y la trifulca en la que te hemos encontrado?
  • Hasta ahora me he estado pagando la estancia gracias al juego. Estoy teniendo una fortuna que resulta difícil de creer. Es sólo cuestión de tiempo que comiencen a llamarme Ator el Afortunado. - dijo guiñando un ojo a sus compañeros. - El caso es que algunas de los respetables parroquianos no estaban seguros de mi honestidad, así que tuve que convencerlos a golpes.
  • No deberías abusar de un regalo como el que llevas. - le dijo seriamente Henk.
  • ¡No es como si hiciera trampas!
  • Técnicamente… - comenzó a decir Ilais.
  • Pura suerte, nada más, no hay nadie manipulando los dados o marcando las cartas.
  • Sólo una capa mágica trasteando con el tejido de la realidad. - sentenció finalmente Flecha con una sonrisa.
  • ¡Bah!
Vieron entonces a Otavio, que se acercaba acompañado de un hombre grueso y de gesto sonriente que caminaba patizambo y con las manos girando alrededor de su cuerpo con cada zancada, como uno de esos graciosos móviles de juguete. Llevaba una perilla, y la oreja cubierta de pendientes varios, a cada cual más brillante. Era notable que, a pesar de su oronda naturaleza (oronda en grado sumo), había algo atractivo y seductor en su persona.
  • Jóvenes, este es…
  • Amaríz, dueño de este glorioso local. - el hombre de masa abundante terminó la presentación adelantándose y saludando con una inclinación de cabeza al tiempo que se llevaba la mano a la frente y luego la proyectaba hacia los aventureros, a la manera de saludar de las Tierras Amables. - Y vosotros sois Los Cuatro de Largoinvierno, si no me equivoco. Un absoluto placer conoceros, incluso los bardos de aquí han cantado alguna de vuestras hazañas.
  • Yo no he dicho nada. - gruñó Otavio. Estaba claramente molesto.
Amaríz se sentó sin más ceremonias en la mesa grande, e hizo un gesto a uno de los chicos del lugar para que trajese otra ronda. Ilais fue a protestar, pero Flecha la hizo callar con una severa mirada. Cuando al fin el muchacho trajo las jarras, el hombre de orejas brillantes le puso una moneda en la mano.
  • ¿Paga las bebidas en su propio local?
  • No las bebidas, querida, si no el servicio. Todos los que aquí reparten bebidas son autónomos. Encuentro que el contratar y gestionar yo mismo a los camareros resultaría un engorro insoportable. Así que entran aquí, llevan las bebidas de un lado a otro y cobran un poco más por cada bebida que compran, de manera que se quedan ellos con el excedente. Algunos camareros comienzan cobrando la cerveza a dos cuartos de cobre, dos menos de lo que en realidad les cobro yo por la bebida, y acaban cobrando un real de plata al final.
  • ¿Cómo?
  • ¿Cuánto habéis pagado por los cuatro tragos de ginés del principio de la velada?
  • Pues… un real de plata en total…
  • ¿Y cuánto por las jarras que ahora bebéis?
Ator miró confuso a su bolsa, como si no se hubiera cuestionado ese asunto hasta ese momento. Se dio cuenta de que habían pagado un real y medio de plata por una miserable ronda de jarras. La sangre se le empezó a subir a la cabeza.
  • ¡Nos están robando!
  • Nada más lejos de la verdad, Ator. Ellos cobran sus servicios, y cobran tanto como otros estén dispuestos a pagar. Por otra parte, es una costumbre que hace el beber mucho más interesante.
Amaríz se acomodó en su silla y destinó unos instantes a engullir su bebida con deleite. Se limpió el vino de la comisura de su boca y se dirigió a los héroes.
  • Ahora hablemos de asuntos serios. Hablemos de matar a Ormzar Anbisen.

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