lunes, 11 de septiembre de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo VI.2)

A la mañana siguiente, Ilais se despertó con una profunda sensación de satisfacción. Extendió la mano para acariciar a Berne mientras aún roncaba, y se encontró con la inmensa figura de Henk. Retiró la mano rápidamente, pero no pudo evitar permanecer un rato mirando al semiorco. Por supuesto que por la noche no había pasado nada. Los Cuatro de Largoinvierno habían dormido todos juntos y en tan varias combinaciones en el mismo catre tan a menudo que para ellos no era ya nada raro. Ilais pensó que, al margen de que fuera un semiorco, Henk era guapo. De una manera un poco tosca, una belleza que hallaba su ser en la fortaleza. Como una montaña. Un pecho amplio y poderoso como el fuelle de una forja, unos brazos duros y fuertes, unas espaldas como un toro… no había músculo marcando cada parte de su anatomía, pero cuando se movía podían apreciarse, como gruesas serpientes marinas bajo la superficie del mar. Si no fuera por esos colmillos prominentes, la frente adelantada y la nariz algo porcina (claros rasgos de su herencia orca) podría resultar también atractivo de rostro. Ilais recordaba haber tonteado con la idea de cortejarlo, hace ya mucho tiempo en Largoinvierno, antes del Trono Helado y el comienzo de sus viajes. Pero siempre sonaba como una fantasía, un acto de atrevimiento y cierta morbosidad. De todas formas, nunca había visto que Henk se interesara por ninguna doncella. Y admiradoras no le habían faltado, después de que sus hazañas se dieran a conocer. O admiradores, dado el caso. Quizá fuera su dedicación al dios solar, lo que le mantenía lejos del amor. Pero Ilais, algo más perspicaz que sus compañeros, tenía otras ideas al respecto.

Se levantó de la cama y se vistió y se aseó. Alguien les había dejado un barreño con agua limpia en la habitación, junto con jabón y toallas. Era, de hecho, el propio Henk el que allí las había llevado antes de quedarse dormido. Ilais había caído cuando aún se encontraban subiendo las escaleras. Henk se despertó cuando terminaba de asearse.
  • Buenos días, voy a ver si puedo encontrar a Ator y Flecha.
  • Mira en los calabozos. - gruñó Henk dándose la vuelta en la cama para intentar rascar algunos momentos más de sueño.
Ilais salió fuera, y no le sorprendió en absoluto encontrarse con las Puertas de Bronce llenas a rebosar. Desorientada como estaba, no estaba muy segura de la hora que era, aunque no podía haber pasado aún la mañana. Aún así, las canciones, las trifulcas y la bebida seguían reinando invictas en el canallesco local. Vislumbró a Ator y a Flecha entre la multitud. Les rodeaba un círculo de gentes que gritaban y pasaban monedas de mano en mano, mientras observaban a Ator echar un pulso con un fornido marinero con pinta de ukareño. La cara del nativo, un grueso hombre calvo inclinado sobre la mesa, estaba cubierta de cortes y marcas extrañas. Su brazo, que era como el muslo de Ilais, se hinchaba y en él palpitaban las venas a punto de estallar debido al esfuerzo que acometía. Ator sudaba y maldecía, mientras aferraba el borde de la mesa con manos crispadas y los ojos parecían a punto de salirse de las órbitas. Aunque más pequeño en estatura, el brazo de Ator no tenía nada que envidiar al del nativo. Grueso como un cabo, e igual de nudoso, Ilais no pudo evitar comparar el físico de su fogoso compañero con el de Henk. Ator era más pequeño, y como varias veces se había demostrado, su fuerza era menor que la del portentoso semiorco. Sin embargo, todo su cuerpo era un nudo de músculos bien marcados, ancho y poderoso, y estaba bien segura de quién llevaba las de ganar con un hacha en las manos. Ator combatía con una potencia asombrosa, incansable, e incluso cuando entrenaban Henk podía hacer poco más que defenderse contra las incesantes acometidas de su compañero.

Flecha le animaba desde atrás mientras tonteaba con una de las camareras (sin duda para hacerse con alguna bebidas gratis). La muchacha se sonrojaba, reía, pero se le veía confusa, y de vez en cuando la mirada se le iba a los pantalones de Flecha o a su pecho con desconcierto. Ilais no pudo evitar marcar una sonrisa. En su momento había pensado también en cortejar a Flecha, aunque sólo fuera para obtener respuesta a esa pregunta.

Finalmente, el brazo de Ator no pudo resistir más, y golpeó con fuerza la mesa al ser vencido por el del inmenso nativo. La mesa estalló en carcajadas y vítores y las monedas cambiaron de manos. El nativo se puso en pie, ambos brazos en alto en pose victoriosa. Ator parece enfadado mientras se frota el brazo. Sonríe, como intentando quitarle hierro al asunto, pero nunca había sido capaz de controlar sus cejas, que se fruncían con gesto de malhumor. Ilais advirtió que Flecha recibía algunas monedas de forma discreta, y con su perenne sonrisa.
  • ¿Así que has perdido?
Ator se dio la vuelta sorprendido por la voz de Ilais. Apartó la vista rápidamente para dirigirla a su brazo dolorido y continuó frotando.
  • Sí. El tipo ese tiene una fuerza endiablada.
  • Va, con un hacha lo hubieras hecho pedazos.
Ator dibujó una sonrisa, esta vez de verdad.
  • Tampoco importa mucho, era el tercero.

Los tres se sentaron en la mesa, los camareros les trajeron pan y mantequilla con algo de sal, junto con cerveza. Un buen desayuno. Henk bajó un rato después, aún despejándose, y se echó a reír tan pronto como vio a Ator. Lo levantó de la silla y volvió a abrazarlo mientras le destrozaba la espalda a palmadas de puro cariño.
  • ¿Dónde está Amaríz? Habrá que ponerse con lo de matar a Anbisen.
  • Detrás de ti. - señaló Flecha con su cuchillo.
Amariz palmeó entonces con alegría la casi calva cabeza de Henk y se sentó junto a ellos con una jarra llena ya en la mano. A su lado iba Otavio, con aspecto de haber dormido poco y sonreído aún menos. También se sentó con ellos.
  • ¿Conspiramos, pues?

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