En ocasiones puedo resultar un poco quisquilloso con los asuntos del reglamento, aunque si el master me dice que es que así lo ha querido él me callo. Con la misma frecuencia puedo ser demasiado crítico con la historia o la sucesión de acontecimientos de una partida, herencia imagino de mi lado masteril, aunque suelo evitar ponerme muy pesado, porque soy consciente de que eso puede estropear más la partida que un mal master.
No suelo buscar una posición de liderazgo dentro del grupo, aunque me gusta que se respete a mi personaje, y no soporto el metajuego evidente ni a los compañeros jugadores que van de listos por la vida haciendo la vida imposible al grupo, justificándolo diciendo que solo rolean a su personaje. Pues haberte hecho otro pj, porque está claro que el tuyo es imposible jugarlo en un grupo.
Luego, aunque suelo intentar jugar con cierta prudencia, de vez en cuando me dan venadas extrañas y muy estúpidas, o cuando la partida se alarga ya mucho y yo empiezo a sentirme cansado entro en una especie de modo suicida que suele acabar muy mal para mis personajes.
Me gusta hacerme personajes con pequeñas rarezas o detalles que los hagan más originales y auténticos, como un gobo pícaro que quiere ser cerrajero y va colgando anuncios por ahí, un mantis que tararea una canción marinera cada vez que se avecina pelea y le encanta el pulpo, o un viajero de las estrellas que va siempre con su d20 de la suerte y un manual de rol. Sin embargo soy incapaz de poner acentos. Se me da fatal. Aunque sí que soy capaz de modular mi voz con bastante acierto.
Y creo que eso es todo.
Yo soy el que hace tratos con demonios. Feliz cumpleaños mangurrián!
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